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Dos palabritas: Mafiosos disfrazados de policías, por Xavier Peris

¿Con qué clase de gentuza estamos tratando? Las Fuerzas de Seguridad de esta isla han tenido que bregar con tipos muy malos, como los Ángeles del Infierno, moteros violentos que trataban de crear un barrio rojo en s'Arenal, donde pretendían ser los amos del narcotráfico y la prostitución. O el clan de la Paca, que dirigía con mano de hierro el poblado de Son Banya. O la mafia rusa Tangaskaya, que lavaba en Calvià el dinero que obtenía del crimen organizado en su país. Incluso han sido arrestados en la isla etarras que pretendían atentar contra el Rey y el responsable económico de Al Qaeda.

Ninguno de ellos se atrevió a tanto. Nunca se había registrado una situación semejante de acoso a los responsables de una investigación y a quienes colaboran con ella como la que se ha dado en la operación Sancus. Nunca se había llegado a estos extremos de osadía por parte de los investigados. Durante los meses que se ha prolongado la investigación han recibido amenazas directas la concejala de Seguridad, su director general, testigos y agentes que colaboraban con los investigadores. Incluso uno de los presuntos miembros de la trama llegó a irrumpir en una reunión de jefes de la Policía Local para proferir amenazas nada veladas contra el juez y el fiscal del caso. Pero lo que ha sucedido estos últimos días supera todos los límites conocidos hasta ahora en Mallorca, y evoca más bien a otra isla y otra época: la Sicilia de los años setenta, en la que jueces y fiscales caían bajo las bombas de los mafiosos.

Frente a las amenazas no puede haber cuartel. Los intentos de intimidación de los mafiosos no pueden tener más respuesta que el peso de la ley. Estas prácticas deben ser un acicate para arrancar el cáncer que ha anidado en las entrañas de la Policía. Tanto que algunos mandos llegaron a ver durante años las prácticas corruptas como algo normal, y que entendieron la investigación judicial como una persecución. Hay que tener claro que estos tipos no son policías, por mucho que durante años llevaran un uniforme. Son delincuentes. Y sus jefes y compañeros deberían ser los primeros en tratarles como a tales.

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