La importancia de los inventos humanos ha quedado simplificada, muy a menudo, en la rueda. Como si el resto de los descubrimientos fueran en cierto modo secundarios. Nada más lejos de la realidad. Se han producido invenciones históricas que han marcado época, y que todavía hoy nos siguen siendo útiles y necesarias.
Yo a la rueda le sumaría las pinzas de tender.
Uno puede concebir una vivienda más o menos primitiva. Sin los grandes avances de la civilización. Es decir, sin nevera, televisión, lavadora.... ¿Pero qué sería de una casa sin pinzas de tender?
A primera vista, las pinzas sólo sirven para fijar la ropa en el tendedero. Sin embargo, si investigamos un poco más, vemos que ese práctico instrumento ocupa muchos lugares estratégicos en nuestra vida cotidiana.
Pinzas para fijar papeles, para hacer soportes de móviles, para acortar cortinas, para cerrar esos malditos paquetes de pasta de sopa que siempre se rompen, para falcar los muebles que se mueven, incluso para fabricar unos sumarios soportes de teléfono móvil.
Las pinzas, con su sencilla arquitectura, son montables y desmontables. Se adaptan perfectamente a muchísimas aplicaciones. No hace falta ser un MacGyver para utilizarlas una y otra vez. Y resolver con ellas muchísimos problemas urgentes.
Tienen eso que necesita cualquier ingenio genial: un mecanismo simple y plurifuncional. Apenas tres piezas: las dos piezas y el muelle central. Desmontables y lábiles. Puedes construir un edificio con ellas, o bien acabar de pegar las cubiertas de un libro con pegamento. Además, si las antropomorfizas, parecen un personaje que siempre ríe.
Son un lujo humilde, barato, al alcance de todo. Que propicia el ingenio y la imaginación. Nunca suntuario. ¿A quién se le ocurriría vender unas pinzas de tender según modelo diseño y a 300 euros la pieza?
Inventos así constituyen la garantía de la civilización.
