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Palma a la vista

Estética humilde

La ciudad se parece a todas. La uniformización nos hace vulgares. Cort debería estar atento a ciertas decoraciones. A veces se añoran pequeños gestos

Un rótulo en vías de extinción en una ciudad en permanente vulgarización.

Paradojas de la estética. En tiempos más humildes, en años de bolsillo contenido el pequeño comercio cuidó todos los detalles, desde las tarjetas de visita a los rótulos de sus fachadas. A menudo, la pared limpia, con un simple revoque, encalada, y un letrero preciso, sin demasiadas florituras, eran reclamo suficiente para que el posible cliente comprara.

Desde luego, eran tiempos en que la fiebre del consumo apenas había asomado la nariz. Comprar solo lo necesario. A la mercancía se le daba vueltas como a un calcetín antes de pagar por ella. Hoy compramos para vivir.

Aquel comercio de ciudad de provincias se ve desbancado, arrojado por una nueva filosofía: creer que compramos barato. Vamos de listillos, somos los guerreros de las gangas. Si una camiseta cuesta 10 euros pues compramos dos o tres. Son tan baratas que da igual que duren un par de lavados. Nuestra codicia de andar por casa se lo puede permitir.

Ese pequeño comerciante, el que adornaba sus escaparates más con imaginación que con recursos, es el mismo que se anunciaba con un letrero modesto y preciso. Como el de la fotografía.

El siglo XXI es tan rápido que llamamos arqueología a los objetos que no alcanzan ni el medio siglo. Ergo, los que sobrepasamos esos años somos engullidos por este avance implacable que nos convierte en diplodocus. Sin misericordia. Pero nos acoplamos tan bien que nos compramos tres camisetas al precio de dos. ¡Sí, nosotros también! Somos juncos.

Volvamos a los letreros. Todos hablan de lustrar la ciudad más cara para vivir pero si te paseas por la ciudad, desde su zona histórica a su centro comercial sin hacerle ascos a la periferia, no se salva nada. Todos, absolutamente todos, se han olvidado de la estética. En aras de la uniformización, Palma no es diferente a ninguna ciudad española y europea.

Los rótulos, de cafés, restaurantes, comercios, son primos hermanos de los letreros que podemos encontrarnos en Valencia, Sevilla, Barcelona, Madrid, Colonia, Liverpool, Marsella, Pisa...

Si queremos vender "excelencia", le llaman con la boca grande grande, cómo es posible que en algunas de las terrazas del centro más caro, donde te cobran dos euros por un cortado, el letrero de las sombrillas sea el de una conocida marca de refresco, o las sillas sean de plástico fino.

Desde Cort deberían estar atentos a esta ciudad que a menudo se presenta por su vulgarización. ¿Cómo es posible que la Seu tenga que convivir con ese hartazgo de tiendas de souvenirs como si en lugar de ir a ver una de las mejores arquitecturas de la ciudad, fuésemos a la playa?

A veces se añora la ciudad de los pequeños gestos, de los modestos letreros, que cuidaban su estética como hoy hacen muy pocos.

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