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Palma a Palma

Criptorecuerdos

Criptorecuerdos

La ciudad, entre otras cosas, es un inmenso reservorio de recuerdos. Algunos conscientes, otros caprichosos e inesperados. Forman parte del retropaisaje que sostiene la percepción de nuestros días. Sutil y evanescente. Se mueve con la ligereza de unos visillos agitados por el aire. Y tal vez es esa inconsistencia lo que nos inclina a no concederles importancia. Cuando es probable que tengan mucha más de la que pensamos.

Uno de los aspectos más misteriosos es la criptomnesia. Es decir, la aparición de recuerdos aparentemente olvidados sin que nosotros tengamos nada que ver con ello. Vamos a la consulta del dentista, por poner un ejemplo poco poético. Nos sentamos en la salita de espera. Y de repente nos asalta el recuerdo de una mañana de lluvia. El asfalto mojado. Las luces de las tiendas. Un episodio anodino de hace años que creíamos perdido.

Te preguntas entonces qué secretas matemáticas del Inconsciente han activado esa criptomemoria. Qué tiene que ver nuestra espera en una salita llena de revistas con un día invernal de hace años. Por qué la mente ha activado la conexión entre una y otra imagen. Sin que ninguna de las dos tenga una relevancia especial.

La ciudad, con sus rincones, con sus líneas transversales, sus colores y sus aromas, es un estímulo constante para las sinapsis de lo olvidado. Lo que ocurre es que generalmente andamos atareados, con la mente ocupada. Y entonces el Inconsciente permanece en silencio. Sólo se activa a partir de estímulos muy poderosos.

Pero cuando bajamos la guardia, nos dejamos llevar por una cierta introspección al tiempo que abrimos los ojos hacia nuestro alrededor, entonces la memoria oscura va apareciendo. Como esas nubes que dibujan sus perfiles en los campos, cuando hace viento. Y surge el puzzle extraño y fascinante del pasado. A partir de fotografías, sonidos, intuiciones, de cosas que pasaron y no han sido destruidas por el paso del tiempo. Solamente han quedado dormidas, bajo la alfombra de la conciencia. Esperando el momento en que, en el dentista o cualquier otro lugar introspectivo, puedan asomar como esas hojas secas que a veces se cuelan debajo de las puertas.

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