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Palma a la vista

Una de Frank Capra

Siempre hay tiempo para un baile de calle. L.D.

No solo de consumo vive el hombre en estas fiestas. A veces ocurren pequeños milagros como si estuviésemos viendo una de Frank Capra. En el corazón de Ciudad Franquicia se escucha estos días la música de Hechoaca, un trío integrado por guitarra, batería y contrabajo que el otro día pusieron en danza a un señor con unas cuantas décadas encima.

El corro que suele formarse cuando este trío de músicos anima la calle se hizo viral la mañana que el setentón se echó a bailar como si estuviera en la mejor pista de baile del mundo, ajeno a las miradas, al margen de las risas, pero no descuidado con las mujeres que le jalearon una y otra vez. A una de ellas, probablemente una turista, la quiso sacar a bailar pero el rubor pudo con ella y se quedó moviendo sus caderas sin mover los pies del sitio.

Cuando pienso que algunos han querido criminalizar a los artistas callejeros con una ley que era un atropello a la dignidad de las personas, una patada a quien intenta ganarse la vida ofreciendo lo que sabe hacer en la vía pública, me entran ganas de ponerme a bailar a mi también, con el señor canoso que hizo que sant Miquel se convirtiera en una fiesta.

Eso es el espacio público, la capacidad que tiene de cambiar en cualquier momento, de saltarse los clichés, de encerrarse en su ataúd o todo lo contrario, de montar una fanfarria por menos de nada. Su imprevisibilidad es lo que le otorga vitalidad. Por cierto, en Sant Miquel no hay terrazas y es uno de las arterias más vivas de la ciudad; lástima que los negocios sean franquicias en su mayoría y se haya liquidado el negocio local.

En esta ciudad que se va gestando a base de consulta popular, este último término resulta un eufemismo porque su participación no alcanza ni un uno por ciento, se viven situaciones muy diversas.

Póngase en la piel de ese turista que tanto amo el mallorquín y sitúenlo en la plaza Major, uno de los lugares que suele frecuentar, dos semanas atrás. Vería cómo la policía nacional y una serie de personas entra en bares y restaurantes, sale cargado de papeles, y después precinta el local. Con la psicosis que existe hoy en día de que ningún lugar es seguro porque todos estamos amenazados, ver escenas de este calibre pueden provocar reacciones diversas. Pensarán que a) estamos muy protegidos, por tanto, seguros; b) estamos en peligro, por eso nos protegen, o c) Palma es un destino lleno de emoción porque se cumplen las premisas a y b. Deberían pensar que por fin se toman en serio el trato vejatorio a un sector muy mal tratado: los camareros.

Para aquel hombre que le bailó al santo al ritmo de ese trío de músicos callejeros, los minutos de gloria en la calle más comercial de Palma no tienen precio. Como no lo tiene el placer contagioso que él regaló al meterse en el bolsillo el pudor, la vergüenza al hacer lo que a más de uno le pide el cuerpo cuando pasea por la ciudad y se topa con unos muy buenos artistas. Gracias a los Hechoaca por convertir una calle de la ciudad en algo más que ciudad Franquicia.

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