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Palma a la vista

Cajas de zapatos

El árbol de Navidad hecho con cajas de cartón. L. D.

La crisis económica se ha convertido en un eufemismo y como tal no nos conmueve nada. Hasta que no vemos la negra sombra de lo que en realidad significa padecerla, no nos damos cuenta del verdadero significado de tan atroz palabra. El dichoso eufemismo lleva aparejados como si fueran pareja de hecho otros vocablos que de tanto uso han perdido significancia: entre ellos el socorrido verbo reinventarse.

Pues bien el attrezzo, es decir, la decoración del gran escenario que es cualquier ciudad en Navidad, y entre ellas también Palma, se llena de ideas reinventadas.

En los jardines de La Misericòrdia ha crecido un árbol raro . Es discreto. No le hace sombra al gran ficus cuyas raíces son los nervios de un territorio de saber que vive pese a la indiferencia de tantos. En lo alto de ese árbol cuando ya no nos cabe en la mirada, uno se topa con los entoldados de los que viven al margen.

Como si fueran una troupé circense, solo que sin salario, sin risas a cambio, sin dignidad, peor que perros, están los que se han hecho una casita en los bancos. Su reinvención del portal de Belén.

Cuando algunos fueron niños, las cajas de zapatos eran la gran esperanza blanca. Le dabas a crío de aquellos años una caja de cartón y empezaba el gran juego. No existía nada más allá de esos cuatro ángulos rectos que conformaban la caja de zapatos, tan solo se requerían elementos tan simples como una piedra, un trozo de cuerda, un papel charolado de colorines, y a veces, un ser vivo: un gusano, por ejemplo.

El otro día, así lo cuenta uno de los habitantes del eufemismo de casa construida con techo de cartón en la que los sin nada viven, una mujer que trabaja en La Misericòrdia les habló a los escolares de la Navidad. Juntos hicieron un árbol de cajas de zapatos, las liberaron de sus tapas, las dejaron sin techo, al raso, y en su interior dibujaron con muchos colorines otra manera de vivir estas fiestas. Algunos convirtieron las cajas de cartón en pesebres, otros en bosques bonsais, en atardeceres de boca de sorpresa, en escenarios de minúsculo teatro.

El nuevo abeto de los jardines es discreto. No osa distraer al visitante del verdadero protagonista, el ficus, que sigue ahí centenario.

Mientras unos redecoran sus casas según le dictan la publicidad de grandes almacenes o los venidos del norte, otros miran hacia atrás, a los tiempos en que con nada un niño era feliz, quizá, porque tenía menos expectativas porque la ilusión era algo que no se pagaba con dinero ni se alcanzaba en un abrir y cerrar de ojos, ¡bueno sí! claro que sí, cuanto tus padres te ponían el abrigo y te decían, ale, a la calle. Una playa aguardaba a que los niños acudieran con sus padres a ver cómo moría el sol, a buscar el rayo verde. ¿Hay algo más mágico que ese instante? Ah, y no tenía nada que ver con los chill outs. ¡El rayo verde reinventado. Es el colmo!

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