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Palma a Palma

Plantas de jardín

Estamos acostumbrados a la vegetación en plena naturaleza. Y cuando no, a la pequeña florescencia urbana. Jardines, plazas, parterres. Pero existe...

Estamos acostumbrados a la vegetación en plena naturaleza. Y cuando no, a la pequeña florescencia urbana. Jardines, plazas, parterres. Pero existe un tipo de vida vegetal que a veces no se tiene en cuenta, aunque forma parte importante de las ciudades. Se trata de las plantas de balcón. Uno intenta imaginar cómo ha de ser la vida de esos seres vivos. Lejos de los bosques, las montañas, las llanuras, los ríos y los árboles. Condenadas para siempre al destino de una maceta. Sin horizonte ni más cielo que la casa de enfrente.

Las plantas de balcón son testigos de la vida cotidiana. Salvo el momento en que su propietario aparece en batín para regarlas, viven en completa soledad. Enfrentadas a edificios, tráfico, coches. Sin más contacto que otras plantas de balcón que también asoman de la casa de enfrente.

Son embajadoras del verdor, de los susurros del viento, de la humedad de la tierra. En pavimentos lisos y secos. En entornos de cemento o ladrillo. Representan la fuerza genesíaca del Universo, aunque esté contenida en los pocos centímetros de una jardinera.

A lo lejos, aparecen como pequeñas manchas de color en la uniformidad constructiva. Tienen la sugerencia y el encanto de los sentimientos. Que desde siempre se han representado en flores y hojas naturales.

Las plantas de balcón nos demuestran también la invisibilidad del impulso vital. Porque muchas veces, de forma insospechada, albergan nuevos inquilinos. Pequeñas flores silvestres o plantas rastrojeras que han germinado en el solar diminuto de la maceta. Y crecen alegremente, como si hubiesen encontrado un campo abonado en medio de unos campos de cultivo. Plantas compañeras del mismo destino.

Las plantas de balcón nos plantean el mismo dilema moral que los pájaros de jaula. Han perdido su libertad natural, a cambio de un hábitat que se considera seguro. Con alimento más o menos asegurado. Y un emplazamiento que no puede cambiar. ¿Vale la pena el trueque?

Hay que tener mentalidad de cactus para poder responder a la pregunta.

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