Todos los males del desarrollismo en una sola foto. La de Torrelló tomada en 1968. Edificios de dudosa calidad. Una urbanización caótica y sin completar. Calles apenas trazadas y sin asfaltar. Moles levantadas donde antes florecían los almendros o crecían los campos de alfalfa. Edificios tradicionales, con molino incluido, acosados por los recién llegados.
Son Gotleu no siempre fue un barrio de emigrantes. Antes era una finca -o varias, porque el topónimo se ha extendido a las vecinas- extramuros de la ciudad. Un lugar tranquilo cuya vida, no debía ser muy distinta a la de otras possessions y horts dedicados a la agricultura o la ganadería. Un día Son Gotleu, Son Real, s'Hort Nou, Son Negre o Can Blau vieron caer las murallas. A partir de 1940 Palma creció según lo previsto (y más) en el Plan Calvet, una ordenación urbanística que en el levante fue desarrollado por Gabriel Alomar. Los edificios se levantaban a medida que llegaban oleadas de inmigrantes. Primero fueron los de la península y los pueblos mallorquines. Más adelante llegarían los africanos y musulmanes. En estos momentos prácticamente el 40% de sus moradores son extranjeros.
Se construía para dar un techo a los recién llegados... y poco más. Los pisos eran pequeños, la densidad de población elevada y las infraestructuras prácticamente nulas. Los ingredientes necesarios para que se degradara rápidamente y adquiriera la fama de barrio poco recomendable. Los servicios asistenciales, los colegios y las zonas verdes -es decir, lo que trascendía la mera supervivencia- llegarían más tarde. Incluso el comercio fue, en sus inicios, casi inexistente.
Las casas de Son Gotleu y de las fincas de los alrededores sucumbieron ante el avance de los nuevos enjambres para productores, por acogernos a un vocablo caro al franquismo. Medio siglo después, pocos ciudadanos son capaces de asociar el topónimo con una plácida propiedad agrícola en la que los días y las noches transcurrían al compás de las estaciones y de las condiciones meteorológicas.