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Palma a palma

Cielos de palma

El otoño es una buena estación para contemplar el cielo. Y así, darnos cuenta del reduccionismo absurdo al que nos sometemos cuando hablamos en general del "cielo de Palma". Porque, por poco que se haya contemplado la bóveda celeste desde nuestras calles, se tiene la certeza de que no existe un solo cielo de Palma. Palma tiene muchos cielos.

Tienes, por ejemplo, el cielo del Terreno. Allí todo resulta espectacular y pictórico. Sobre todo al amanecer, cuando en el horizonte se despliega una auténtica persiana de colores. Reflejada en el mar. Con la silueta oscura del castillo de Bellver a contraluz. Callejones humildes que, por contraste, tienen cielos que parecen pintados por Rusiñol. De un azul tan vivo, unas nubes tan blancotas y perfiladas, unos horizontes tan plásticos resaltados por pequeños jardines...

Está el cielo de la zona del Eixample. Cuadriculado y regular. Ese cielo geométrico, por el que asoman de vez en cuando nuestras montañas más notorias. De modo que el Galatzó, el Puig Major, tienen su propia avenida. Como si fuesen el fondo de un decorado. Cielo racional, apolíneo, sometido al orden de la arquitectura y el urbanismo.

Tenemos el cielo del Passeig Marítim y de la ribera de mar, erizado de mástiles y barcos. Un cielo que ha perdido parte de su perspectiva, para convertirse en una gran pantalla. Un espacio claro y abierto que se refleja en las mansas aguas del puerto.

Y el cielo del barrio antiguo. Con esos callejones estrechos y quebrados que dibujan un cielo a tiralíneas. Apenas un filamento azul furioso entre balcones, aleros y edificios oscuros. Un cielo apretujado, condensado, que a veces se enfila hacia lo alto gracias a una torre o un campanario. Pero que la mayor parte de las veces permanece escondido, latente, entre tanto tejado y caserón.

Cada uno de esos cielos tiene su paisaje y su poética. A veces, totalmente opuestas.

Diversidad que se opone a la simplificación y el tópico. Y que constituye una riqueza, y una mayor posibilidad de conocimiento.

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