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Palma a la vista

Amores de guau guau

Los vínculos con mascotas pueden ser terapéuticos. L.D.

A las personas que no tenemos mascotas nos resultan sorprendentes muchos de los gestos que tienen los dueños de perros, gatos, pajarillos y otros bichos que muchos han convertido en compañeros inseparables, incluso para una mayoría silenciosa, en los únicos seres vivos con los que tienen una relación afectiva.

El vínculo que estas personas establecen con canes, mininos, roedores, aves enjauladas, incluso serpientes y otras rarezas animales, nos parece incomprensible. Incluso, hacemos mohínes cuando vemos gestos de una expresividad pasmosa como ver a personas serias darse piquitos con sus animales de compañía. No vamos a negarlo. Nos parecen un poco chiflados.

Sin embargo, y sin caer en sentimentalismos cursis, creo que hay que pensarse, y mucho, lo que afirmamos categóricamente algunos sobre la relación entre animales. ¿Cómo olvidar nuestra procedencia?

Costará creer pero es cierto que los ancianos, muchos de ellos abandonados por sus familiares, abocados a la soledad del juguete apartado, del trasto viejo, encuentran en un perro más amor que en sus propios hijos. O el niño que ha crecido con una anomalía genética y se ve mirado de soslayo por otros niños, los 'normales', que no entienden que esa diferencia será más dura si no encuentra un aliado en él. Esa alianza, el otro, la puede acabar encontrando en una mascota.

¿Cómo olvidar el papel vital de los perros labradores con los ciegos?, o el de otras razas, con personas con distintas carencias?

¿Cómo es posible que alguien defienda las corridas de toros y después se espante del cariño de un adulto a un minino?

No estamos en el blanco y en el negro. Bienvenido el gris, pobre tono, denostado por estar en medio, por no ser llamativo, cuando su amplia gama de tonalidades es casi infinita. En ese infinito es donde coloco las relaciones, los vínculos, el mundo de las emociones, entre personas y animales. Incluso los animales que hemos domesticado sin permiso de la naturaleza, caben en la paleta de los grises, en la compleja percepción que tenemos de los amores perros.

Ahora Palma permite subir en ocho líneas de los autobuses municipales a los dueños con sus canes con bozal y correa, siempre y cuando no pertenezcan a una raza de guau guaus peligrosa, y si el bus no está lleno. Hay quien se ha llevado las manos a la cabeza. ¿Por qué? Si algunos son los mejores compañeros de algunas personas, ¿por qué vetarles el derecho a que les acompañen en el transporte público?

No tengamos doble moral: por un lado, apreciamos las gestas animales -labores de socorro, de asistencia, de seguridad, ahora que está de nuevo el tema en todas las mesas y tertulias-, pero nos da grima o nos parece ridículo que este Ayuntamiento permita que sus dueños los monten en el transporte colectivo?

Si vivimos en una sociedad que ha domesticado al animal, que ha hecho de ellos cobayas, animales de compañía, de diversión -léase circos, toros, carreras de galgos, peleas de gallos- y también de negocio -campeonatos de hípica-, ¿a qué rasgarse ahora las vestiduras porque se les permite subir en el bus? No arañemos más, no seamos gatos. ¡Miau!

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