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Sa Torreta / Ramon Llull y Palma (V)

Ramon Llull en cada esquina de Palma

Cuando uno pasea por las calles de Palma se encuentra a Ramon Llull hasta en la sopa. Es la prueba de que el beato es el número uno de los prohombres mallorquines

Una estatua de Ramon Llull en la fachada de Sant Miquel.

Cuando uno pasea por las calles de Palma se encuentra a Ramon Llull hasta en la sopa. Es la prueba de que el beato es el número uno de los prohombres mallorquines. Ni Rafel Nadal, ni Antoni Maura, ni Jaume Matas dominan la calle como lo hace el autor del Llibre d'Evast e Blanquerna (Solo por citar al más importante entre los deportistas españoles o a dos de los políticos cuya carrera ha alcanzado metas más elevadas). Ya que hemos citado Blanquerna, recordemos que el personaje luliano tiene una calle en el Eixample. El autor de la novela da nombre a una vía cercana a su sepulcro de la basílica de Sant Francesc. Calle en la que se encuentra la casa de Cultura, con un medallón del beato. En el portal de la espectacular fachada barroca del templo franciscano, a mano izquierda, también hay una escultura del beato.

A unos cientos de metros, en el portal de La Sapiència se evoca la leyenda de la mata de Randa. La planta en cuyas líneas y puntos habría leído el sabio los mensajes divinos transmitidos en una extraña lengua oriental.

En el patio del Institut Ramon Llull, resulta inevitable repetir el nombre una y otra vez, hay una estatua de cuerpo entero que le representa. Antes estuvo en las avenidas en el cruce con la Rambla. En el portal gótico de la iglesia de Sant Miquel hay una barbada imagen del beato con un libro en la mano, iconografía propia de su ilustración. También mira a los palmesanos y turistas desde la fachada de la Seu y, por supuesto, desde la estatua en bronce de Horacio de Eguía ubicada al final de la calle Antoni Maura. ¡Ah! Y una capillita en la calle Santa Eulàlia. Y quizás olvidamos alguna representación callejera.

Siete siglos después, Llull campa a sus anchas por las calles de la ciudad mientras que sus archienemigos los dominicos están desaparecidos. En 1823 se derribó la casa de la Inquisición, una institución que controlaban, y tras la desamortización de Mendizábal de 1835, cayó el convento ubicado en el actual solar del Parlament y del Palau March. Claro que esta, más que una victoria luliana, fue una derrota de la cultura mallorquina.

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