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Ramon Llull y Palma (IV)

Lulistas contra anti, el partido del siglo

Las disputas entre lulistas y antilulistas eran más acérrimas que las que se dan hoy entre socialistas y populares, o entre balearicos y mallorquinistas o entre culés y merengues

Del convento de los dominicos no quedó piedra sobre piedra.

Las disputas entre lulistas y antilulistas eran más acérrimas que las que se dan hoy entre socialistas y populares, o entre balearicos y mallorquinistas o entre culés y merengues. El culto a Ramon Llull contó primero con el apoyo de los reyes de la corona aragonesa y después con el de la Casa de Austria. Pero, ya desde el principio, la veneración topó con el frontal rechazo de los dominicos. Por un lado, la monarquía, el pueblo mallorquín, los franciscanos y hasta los jesuitas. Por el otro, la orden de predicadores.

La cosa no era tan clara, porque los dominicos mallorquines tuvieron que ser tolerantes durante un tiempo, mientras que sus compañeros de más allá de los mares le daban tortas hasta en el carné de identidad. Sobre todo un tal Eimeric, que se la tenía jurada porque, entre otras cosas, Llull defendió la Inmaculada Concepción de María. Por cierto, que el tal Eimeric se la tuvo que envainar con el paso de los siglos porque, Pío IX proclamó el dogma que tantos disgustos ocasionó a la causa luliana.

¿Y cómo transcurría la partida? Un día los dominicos se negaban a acudir a un Te Deum en honor del palmesano y al poco tiempo eran expulsados de las cátedras de teología. Un lulista dictaminaba que la Iglesia defendía las ideas del filósofo y un anti replicaba "Raymundo es tan santo como mis cocones" -respuesta verídica y documentada-. Carlos III ascendía al trono con la idea de unificar hasta los santos en España, los predicadores ganaban y se prohibía bautizar a los niños como Ramon Llull, aunque les alabo el gusto en el caso de las niñas a las que se imponía el nombre de Ramona Llulla. Que los dominicos recuperaban sus cátedras, los lulistas publicaban panfletos anónimos. La réplica llegaba en forma de sermones, pasquines o epístolas. El nefasto obispo Díaz de la Guerra llegaba a Mallorca con la instrucción de acabar con el culto, y los ayuntamientos y muchos sacerdotes se rebelaban contra el prelado.

Primero ganaron los lulistas, después sus archienemigos los dominicos. Hoy el fiel de la balanza vuelve a inclinarse a favor de los partidarios de Ramon Llull. A rachas. Como en el fútbol.

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