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Palma a la vista

En casa de Jean Schalekamp

Una cruz de término fue primer plano de Jean.

Hay personas tremendamente ruidosas. Otras, sin embargo, son elocuentemente silenciosas. El escritor Jean Schalekamp llevaba años en ese laberinto de claroscuro, en el que cada día puede perderse un poco más de luz. La peor enfermedad que puede asolar a cualquiera pero una hiriente ofensa a quien ha hecho de la razón el timón de su pluma. Es el caso de Jean, que se ha ido de igual forma que como llegaba a los lugares, con una elegante presencia. Sin hacer ruido.

Jean tuvo semblante, hasta volverse un hombre blanco, de espía en la Europa de entreguerras. Espigado, con esos jersey de lana cosidos a mano, imagino las de Muriel, menudas y habilidosas, enhebrándolo, y a él en sus libros. Ella, su mujer, es pintora, algunos de sus cuadros han puesto la cara de libros dardo, sí, porque Jean era muy discreto, pero en su atropello de la indignidad, y la Guerra Civil lo fue, no tuvo silencio. Escribió, denunció, como pocos en la isla se atrevieron a hacer, Mallorca, 1936, de una isla donde no se puede huir.

Cuando dejaron Holanda porque era frío, y su calvinismo "asfixiante", y optaron por el Mediteráno de Mallorca, aunque era Grecia la primera opción, los Schalekamp se quedaron aquí "porque encontramos el paraíso y una casa barata". Su primer destino, Son Serra de la Vileta.

A la familia les conocí en su tercer lugar, es Secar de la Real, también periferia, ni demasiado rural para ser del todo campo y estar aislados, ni excesivamente urbano para toparse cada día con la burocracia de la ciudad.

Una casa en la carretera, que miraba, sin embargo, a la cantera de Establiments. Desde un pequeño balcón, Jean podía asomar la vista y encontrarse con la cruz de término que se levantó, paradojas, en el 39, cuando Mallorca era ya territorio nacional. Comunista, antifranquista, Jean, y libertaria Muriel, ambos te daban todo cuando entrabas en su casa. A menudo, los gatos se acomodaban en los cojines pero con una risita aguda, la de ella, y una sonrisa que podía oscilar entre la beatitud de un santo y la severidad de un hombre aplicado, Jean los apartaban para que te sentaras. Te lo daban todo para que estuvieras a gusto en el batiburillo de pilas de libros, de teteras ya usadas, de paquetes de galletas abiertos, de partituras que se hacían música cuando alguno de sus hijos tocaban el piano. Eso ocurría cuando se reunían todos, y Renate, la nuera de los Schalekamp, se sentaba al borde. Le acompañaba Jean Jacques, el segundo de los hijos, músico, que dejó la isla por Berlín.

Le echarán de menos en el bar sa Creu en Secar de la Real, al que Jean solía acercarse por las mañanas, para darte la bienvenida antes de acceder a aquella casa que es cruce de caminos. También para ellos hasta que se fueron a Costitx, perdidos entre ramajes de viejos pinos, en un lío de callejuelas, y de nuevo a las afueras.

Es curioso cómo se va definiendo el mapa de los lugares en las personas. Los de Jean y Muriel en Mallorca fueron lejos del centro en Palma, y en la isla, sin embargo, optarían por Randa, primero, y finalmente Costitx, ¡más corazón de la isla imposible!

Quizá en uno de los mejores sitios de Mallorca para ver el cielo, hoy se haya muerto de risa una estrella porque ese hombre que llevaba años en una desmemoria tremenda, puede que esté contándole que "al ver cómo se le cayó la dentadura a un pastor protestante en uno de sus sermones, me convencí de la no existencia de Dios". Gracias Jean, gracias Muriel. Gracias a los Schalekamp por ser "personas muy libres" y buenas. Hoy, raras avis.

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