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Palma a la vista

La urbanidad del can

A los guaus del mundo los humanizamos como hizo Esopo en sus fábulas. La ciudad está llena de estas extrañas metamorfosis

Un perro sirve para dar consejos. De nuevo los animales como mascotas literarias.

Ya sabemos que a los canes se les viste con su canesú, que se les aplica aceites para que sus pelos luzcan y brillen como los pómulos de la Preysler; sabemos también que a sus enemigos históricos, los miaus del mundo, se les colocan cascabeles de terciopelo y los más ricos, les cuelgan diamantes. Hemos aprendido que los guaus se vuelven humanos porque se los llevan de carnaval y los disfrazan de payesas o de bailaora. Hasta sabemos que son, no los mejores amigos del hombre, sino los únicos amantes a los que muchos millonarios legan sus dineros. Al final, acabas con el perro al lado y él, se va contigo, muerto de tristeza. Ocurre. Cosas de los tiernos cuatro patas.

Esopo se sirvió del reino animal para convertirlos en los personajes principales de sus fábulas. De sus fauces salían lecciones de moral que nos sonrojaban a los humanos. Aprendimos mucho de la condición humana con los animales de Esopo.

Quizá de ahí que se recoja la herencia del griego como harían siglos después Lafontaine y Samaniego. Los animales como maestros o seres ejemplarizantes que desde la mitología, el folclore, la simbología y desde luego la literatura nos ponen en evidencia. Hacer apostolado a cuatro patas.

No debe extrañarnos, entonces, que en la calle siempre encontremos pistas, huellas de los perros que, de nuevo, vuelven a tener identidad humana. No podemos evitarlo. Somos pares de los bichos.

A medida que el ciudadano siglo XXI ha convertido su vida en una jaula abierta llena de pequeñas máquinas con las que habla, dibuja, consulta, ama, la soledad es más evidente aunque esté tapada. El número de animales que tienen dueño aumentan proporcionalmente al número de personas que están solas. Ponga un can en su vida. Si hasta los médicos lo aconsejan.

Será por este entente canina, será porque tenemos a Esopo en nuestro subconsciente, será porque estamos solos, pero los de a pie hacen cosas raras. Palma tiene unos cuantos ejemplos.

En una esquina de un comercio, emplazado en un parque, dos objetivos muy buscados por los cuatro patas y sus amigos los humanos, alguien ha dejado un bebedor de agua lleno para animales y sobre él ha colocado la foto de un perro faldero, de esos nerviosos, que gustan tanto a ciertas personas, por supuesto disfrazado de urbano afable. Entre medias, se ha aferrado un afiche con los siguientes cordiales imperativos: "Bebe feliz, bebe contento, pero por favor, no mees dentro".

A juzgar por las huellas, más de uno ha hecho puro equilibrismo. ¡Ni Pinito del Oro!

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