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Música y memoria

Música y memoria

Algunas capacidades muestran mayor o menor permeabilidad a los recuerdos. La imagen, por ejemplo, resulta sumamente traicionera. Cuántas veces recordamos un lugar o incluso una película y, más tarde, al revisitar el sitio original nos asombra la diferencia. La imagen se mimetiza con los pensamientos, se transforma como una enredadera en tus recuerdos. Al final representa una cosa muy distinta del pasado. Casi una imaginación.

En cambio, la música muestra una adherencia casi perfecta hacia los acontecimientos del pretérito. Basta con escuchar una melodía para que viajes de inmediato hacia un lugar, una escena, una persona, una geografía de tu pasado. Por más lejano que sea. La música siempre evoca los pequeños detalles, los significados. Te transporta con la alfombra voladora de la memoria. Te hace ser aquel que fuiste. Porque es una reconstrucción interior, no exterior. Vuelve a montar las piezas de tu alma, no las figuraciones de la visión.

Ese potencial de la música es terapéutico. Aquellos que hayan estado en un hospital o una residencia de ancianos sabrán de qué hablamos. Hay un momento en que, al sonar una música, todos levantan la vista. Se dejan llevar por una miríada de recuerdos que invaden su mente en apenas un segundo. Se transforman. Sonríen, o cierran los ojos. Porque se sienten como eran. Se recuperan otra vez en medio de la adversidad.

Ignoro por qué los psicólogos no trabajan más esa rama. Creando un inventario de músicas actuantes para cada persona. Averiguando qué canción le marcó de joven, cuál le pone triste, cuál alegre. Y a partir de ese conocimiento, en vez de pautas de pastillas elaborar un combinado de canciones.

Para iluminar, aunque sea fugazmente, esas habitaciones cerradas de la memoria. Donde casi nunca sabemos encender una pequeña luz. Aunque nos haga tanta falta.

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