Diario de Mallorca

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Crónica de antaño

El alzamiento popular de la Germania (1521) (3)

Al segundo día, los ´agermanats´ abrieron fuego contra la flota desde Portopí.

La flota capitaneada por Juan de Velasco apareció el 13 de octubre de 1522 en la bahía de Palma. Estaba compuesta por cuatro galeras, trece naves y otras embarcaciones de menor calado. Aparte de los marineros y los mallorquines que habían tenido que emigrar, a bordo se encontraban dos mil hombres de armas bajo las órdenes de Ramon Carròs de Vilaragut y de Castellví. La escuadra estuvo fondeada dos días, durante los cuales tuvieron lugar tres entrevistas entre Velasco y los agermanats con el fin de intentar negociar un acuerdo. Una de las condiciones del primero era que se debía reconocer de nuevo a Gurrea como virrey del Reino. No hubo entendimiento. El segundo día, por la tarde, los agermanats abrieron fuego con bombardas desde el muelle y desde Portopí contra la flota, especialmente sobre el buque insignia de Velasco.

Ante el ataque, los barcos levaron anclas y se dirigieron hasta la bahía de Alcudia. Allí desembarcó el ejército. El 24 de octubre se inició la ofensiva de las tropas reales. Se empezó por atacar Pollença. En esta población el ejército de Carlos I fue inmisericorde, tanto fue así que las crónicas recuerdan ese ataque como el dia de la destroça. Las fuerzas reales entraron a sangre y fuego en la villa: las mujeres y los niños se refugiaron en la iglesia, y allí también entraron los hombres tratando de defenderse. Encerrados todos en el templo, fueron pasto de las llamas provocadas por los soldados. Hubo más de 200 muertos.

El pavor corrió como un reguero de pólvora entre el resto de las poblaciones de la Isla. Sa Pobla, Inca, Binissalem se rindieron. Joanot Colom concentró unos 3.000 hombres en Muro. Fue en Sa Marjal donde el caudillo mallorquín intentó cortar el paso a los hombres de Ramon Carròs de Vilaragut. Todo fue inútil, una derrota estrepitosa dejó más de 1.000 muertos agermanats. Los prisioneros fueron colgados de los árboles que flanqueaban el camino de Inca. Las comarcas de Levante también se rindieron. Ahora bien, este impetuoso avance del ejército real no evitó la reacción de los agermanats. Hombres de Campos, Felanitx, Porreres o Santanyí se reagruparon y se volvieron a enfrentar con el ejército en las inmediaciones de Inca, en los campos de Rafel Garcés. La derrota de los agermanats volvió a ser absoluta. Otra vez se colgaron a más de cien hombres.

El camino a la capital quedaba despejado. Ciutat se convirtió en el último refugio de los rebeldes. A inicios de diciembre empezó el asedio. Al principio los payeses y menestrales se mostraron animados y dispuestos a defender con uñas y dientes la plaza de Palma. Pero fueron pasando los días, un mes, otro, y el hambre y la peste empezaron a hacer mella entre la población sitiada. Pronto las defecciones fueron aumentando. A los tres meses la situación era insostenible. La ciudad capituló el 7 de marzo de 1523.

En un principio, los agermanats consiguieron pactar con Príamo de Villalonga, lugarteniente del virrey, para enviar una embajada ante el rey con el fin de pedir clemencia. Querían explicar al monarca que su alzamiento no había sido contra él, sino contra la administración corrupta y el injusto sistema fiscal. Cinco fueron los comisionados elegidos por los sublevados para que fueran a la corte. Pero el viaje de los agermanats fue en balde, pues Carlos I ya tenía tomada la decisión de actuar con puño de hierro.

Sin saberlo, los embajadores regresaron con sus sentencias de muerte bajo el brazo. El virrey Miquel de Gurrea se instaló en el castillo de Bellver -convertido en prisión- y desde allí extendió la represión por toda Mallorca. Se levantaron horcas en Portopí y en la Torre d´en Carròs (actual s´Aigo Dolça). En la Real, en el puente d´en Barberà (Portitxol) y en el propio Bellver también hubo ejecuciones. Los condenados a penas mayores eran descuartizados y sus cuerpos mutilados se colgaban expuestos en la vía pública como medida de escarmiento.

Hubo más de 250 ejecuciones. La sentencia más sonada fue la del caudillo de la revuelta: "que el dicho Joanot Colom sea conducido por los lugares acostumbrados de la presente Ciudad de Mallorca, en un carro, sobre el cual sea atenaceado, sea degollado por el cuello delante de la Puerta Pintada, descuartizado y los trozos sean puestos en los pilares hechos adrede, los cuales se han de denominar los pilares de Colom, y su cabeza, en una jaula de hierro, esté en la Puerta Pintada, disminuyéndole a él y a su progenie hasta la cuarta generación, haciéndolos inhábiles para cualquier oficio y honor y sus casas sean derribadas y sembradas de sal y sus bienes confiscados en la regia corte". 44 condenados se libraron de la muerte, pero fueron enviados a galeras. Aparte de las confiscaciones de bienes de los sentenciados, la ciudad y villas fueron condenadas a pagar indemnizaciones al rey y a los caballeros y ciudadanos. Solo se libró Alcudia, que el 18 de julio de 1523 recibió del emperador Carlos I el título de ciudad fidelísima. A sus habitantes se les otorgaron los mismos derechos y privilegios que a los de Palma.

Así pues, los agermanats fracasaron en su intento de cambiar la situación fiscal y política del Reino. En cambio, la aristocracia mallorquina salió reforzada e impuso con mayor facilidad sus condiciones. Se redujo gravemente la población de la islas. La quitación de la deuda a los acreedores mallorquines fue anulada y se volvieron a imponer los impuestos indirectos. La única novedad es que los acreedores catalanes fueron sustituidos por mallorquines. De esta manera Mallorca quedó sumida en una profunda crisis alimentada por una depresión demográfica y una deuda descomunal.

En cierta forma, la isla se convirtió durante varias décadas en un reino arrasado, abandonado a su propia suerte. Por ello, durante varias décadas los mallorquines mitificaron su pasado, como una época de grandes glorias. Así, cuando en 1541 Carlos I visitó Palma, quedó maravillado al contemplar sus edificios, a lo que el Jurat en Cap del Reino le respondió: "més es estat per lo passat segons testifiquen los vestigis de tantes yglesies y casas y altres lochs solemnes".

Lo cierto es que después de la Germania, se configuró una sociedad más estamental, que continuó con la prosecución de un lento proceso de acumulación de la propiedad por parte de las familias de los caballeros, mercaderes y ciudadanos. Ahí se debe buscar el origen del estamento noble mallorquín, cuya evolución desembocó en el siglo XVIII en el encumbramiento de las conocidas como las Nou Cases, que eran los nueve linajes más poderosos de Mallorca.

(*) Cronista oficial de Palma

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