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Palma a la vista

En la cola de la autopista

Las esperas te permiten ver qué ocurre a tu lado. L.D.

No hay quien los entienda. Cuando uno se viste con el traje de turistas se vuelve muy caprichoso, pelín tiquismiquis. O mienten como bellacos en las encuestas. Con niveles de Everest en la ocupación por plazas, Balears está sin aliento porque el territorio, los recursos indispensables como el agua, tiene que compartirlo con millones de visitantes. Resulta que ahora éstos, según una reciente encuesta o estudio, no parecen estar muy satisfechos y no valoran positivamente el destino elegido. Son muy puntillosos.

Si invirtiéramos los términos de la pregunta, es decir, si se preguntara qué piensan los del territorio de pernoctación temporal, por ejemplo, en ciudades como Palma acerca de las riadas de personas que a diario llegan a la ciudad habría un amplio eco de sensibilización y de sentirse realmente ocupados. Se diría con la boca pequeña porque nadie va a morder la mano que te da de comer, pero la sensación de asfixia es patente. Se escucha en bares, de terraza a terraza, en las tertulias del barbero, en los puestos de pescado del mercado donde también va el turista porque hoy tanto el Olivar como Santa Catalina se han convertido en boutiques de esas que llaman gourmet más que en pescaderías de mercado. Todo por una foto que se expondrá exponencialmente urbi et orbe. Propaganda gratis, dirán los amigos de los números; ¿y quién y/o qué saca de esto?, se preguntará el inquisidor.

A horas punta, en la autopista que bordea el mar en el paseo Marítimo, que habría que definir autopista marítima, por aquello de llamar a las cosas por su nombre, las colas son de serpiente. En ese tiempo detenido cada uno puede tomárselo de la mejor manera que sepa: una de ellas es mirar por la ventana al vecino del coche de al lado. Suele poner morros porque a casi nadie le gusta esperar en una cola.

En estos días de ciudad saturada un taxista salta del coche y sin seguir las reglas, carga en medio del Marítimo, aprovechando las colas, ante la mirada atónita de sus vecinos de espera.

No muy lejos, otro sacrificado conductor comprueba lo fotogénica que es la escultura de Pep Llambías, probablemente el hito más retratado de la ciudad con permiso de la Catedral y de Bellver. En esa mañana de calor y colas interminables, se ha visto a parte de la marinería italiana posando elegantemente. Les queda bien el rojo de la escultura con el azul del uniforme.

A cuento de qué se quejan los turistas que nos visitan si suman millones, y muchos volverán si sigue el temor del terrorismo yihadista.

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