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Palma a la vista

La prisión no tiene plan

Hay quien pasea por los alrededores de la antigua cárcel, donde hay también un carril bici. L.D.

Se cumplen dos años desde que el Ayuntamiento de Palma se convirtiera en propietario de la antigua cárcel. El tiempo ha varado a un edificio que sigue en el limbo porque desde Cort confirmaron ayer que no hay proyecto para él. Es la muesca de dejadez en una zona de alta densidad comercial, con algunos de los grandes almacenes emplazados en el vértice entre la carretera de Sóller y la de Valldemossa. Es la linde de una renuncia. Otra más.

Al lado del vientre de consumismo se emplaza un buque fantasma construido en los años 50 y cerrado más de veinte años atrás. Como tantos otros, fue reflejo de la nula política de reinserción que se dieron en los años del franquismo porque quien ahí llegaba valía menos que nada. Con el cambio de tercio, la sociedad tuvo otras demandas y reclamó un trato digno a los presos. Aún así, el hacinamiento era la norma de la casa. La de Palma se construyó para albergar a 400 personas y ahí acabaron casi un millar.

Desde que se movió ficha y el nuevo centro penitenciario se construyó no muy lejos, en la carretera de Sóller, la pequeña prisión ha cambiado de manos pero su destino sigue igual. Nadie parece quererla.

Cort no sabe qué hacer con el la cárcel desde que en 2013 dejó de pertenecer a Instituciones Penitenciarias y pasó a ser de su propiedad mediante la permuta de dos solares municipales donde se levanta la unidad de madres y el centro de tercer grado y el pago de 186.000 euros en cuatro anualidades. El Consistorio batió palmas con la operación puesto que inicialmente tenía que satisfacer 1,7 millones de euros.

Hasta donde se sepa, solo una empresa alemana mostró interés en hacerse con el edificio para albergar un museo del automóvil. Las cuatro ruedas pasaron a mejor vida porque nunca más se supo. El anterior equipo de gobierno estaba feliz con la propuesta de reconvertir la prisión en sala de exposiciones de coches de lujo con sus inevitables puestos dedicados a gastronomía y otras fruslerías. De los germanos tampoco se supo más.

Con el cambio de gobierno en el Ayuntamiento, la antigua cárcel sigue ahí, más sola que la una. Es pasto, eso sí, de algunas pintadas que apuntan quién manda aquí. Entre reclamo social, se cuelan en la zona paseantes que estiran las piernas al margen de que la zona está abandonada. Pasan poco los coche escoba y en el pequeño parque dedicado a sor Catalina Maura, agustina del convento de la Concepción, en el que los pocos columpios están quietos, detenidos, como si hubiera sucedido una catástrofe. No hay niños, tan solo un par de hombres, uno mira a lo lejos, sin ver, y el otro busca en sus bolsas de plástico, quién sabe qué.

El eco de los miles de coches que atraviesan la vía de cintura es la banda sonora de una zona llena de operaciones comerciales, donde nos vestimos, comemos, jugamos a ser arquitectos, decoradores, reponemos los coches y también enviamos a nuestras mascotas enfermas a la vecina clínica para animales. Mientras, la vieja cárcel sigue sin plan. Algunos han apedreado los cristales de su garita. ¿Cómo estará por dentro? ¿Quién vivirá ahí? Si los cementerios dan vida a los sin techo, ¿porqué no una prisión?

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