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Palma a la vista

Los anfitriones de L'Ospite

Alessandro Di Feo y Gert Hofman en el altillo de L'Ospite. L.D.

Dos perfiles distintos, uno el de Gert Hofman, un hombre nacido en el puerto más importante del mundo, Rotterdam, educado en Bélgica y viajero por Europa, y el otro, Alessandro di Feo, un hombre nacido en Umbria, criado en el campo, entre fogones, educado en psicología y al final chef en dos exitosos restaurantes en la muy turística Fano, se han unido en un proyecto común: L'Ospite. Este julio celebrarán su primer año al frente de su restaurante que mira de frente a la fachada lateral de la iglesia de Santa Creu.

Su negocio responde a un plan de vida: ser un lugar donde la comida sigue el latido que Ale aprendió de su abuela Caterina Cristiani y las ganas de dar a los demás lo que uno quiere para sí. Los dos son meticulosos extremos.

"Desde los 12 años he trabajado en servicios. En L'Ospite queremos dar forma a su doble sentido: ser anfitrión y huesped a la vez", señala Gert que es quien tiene el don de lenguas, el que atiende a los clientes en un pequeño restaurante que da cabida a una treintena de personas.

Hasta el momento solo han trabajado por las noches, pero a partir de abril abrirán a mediodía. "Este año ha sido de aprendizaje. No somos una spaguetería. Hemos visto que hay diferentes perfiles, el de los residentes que son extranjeros, sobre todo suizos y suecos; el de los turistas que quieren comer rápido porque están de paso y el español que cena tarde y poco", observan ambos.

En L'Ospite el tiempo se detiene. Cierta parsimonia preside todos los gestos, desde el que fuera guía turístico en su juventud tanto en Barcelona como en Grecia, al cocinero que se obsesiona con cada plato.

"Estamos contentos porque ha funcionado el boca a boca y porque un porcentaje alto de clientes que han venido, repiten", comentan. Entre sus asiduos, sobre todo los meses de verano, las tripulaciones de algunos de los grandes veleros que recalan en Palma. Recuerdan con especial cariño la noche en que veinticinco chefs de grandes embarcaciones pararon en su restaurante. Quizá volverán a por el skri, el "bacalao pata negra", apunta Ale, y que él prepara a la manera italiana. El plato del Atlántico ha mudado geografía. Se ha hecho mediterráneo.

Lo cuenta con orgullo Gert mientras Ale sonríe sin levantar la vista del mantel. Regresa cuando se ve de niño en la finca de su abuela en Spello. "La recuerdo en la cocina, briosa, donde estuvo hasta los 92 años trabajando tranquilamente. Ella tenía tierras, y toda la vida de la familia giró alrededor del campo, de los productos que sacábamos, aceite, vino... pero tuvo que venderlas... ¡Si hoy aún las tuviéramos, seríamos ricos!", comenta Ale.

Curiosamente su familia, que tiene un restaurante cerca de Ancona, se disgustó cuando les dijo que al final optaba por la cocina y no por la psicología, carrera que estudió y que no ha ejercido nunca porque los fogones le atraparon.

Dos mujeres beben en un joie de vivre y con cierto aire melancólico en el cuadro de Gian Franco Berti, que les sirve de tarjeta de visita y que al fondo, a lo lejos, preside un pequeño restaurante a la vuelta de la esquina de la llamada milla de oro. Ellos aprecian como metal precioso la pasión por las cosas bien hechas y el sosiego.

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