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Palma a la vista

El hombre amarillo

La sombra del paseante y del hombre amarillo, ajenos el uno al otro. L.D.

Cualquier ciudad es un mapa de signos, un laberinto de códigos, un jeroglífico de símbolos. A menudo pasamos por encima de ellos porque ni los vemos. No es ignorancia. Es distracción. Las ciudades están tan cargadas de elementos y nosotros tenemos tanta prisa que somos como un matrimonio aburrido que no se apercibe que un día ese o esa que tiene al lado está con otro u otra.

En ese magma de signos hay uno al que hemos pisado a menudo sin darnos cuenta. Se trata de un hombre amarillo, menudo aunque de porte esbelto. Es metálico como el Jardín Botánico de Radio Futura.

Bordea la orilla izquierda de sa Riera a su paso por el Passeig Mallorca y nace frente a la Policía Nacional. El de a pie no tiene papeles; tampoco los necesita. Es un hombre señal. Es un icono. Es el símbolo del paseante.

Cuando Ediciones Siruela lanzó a la calle en 1985 su revista El Paseante su logo era la representación esquemática de un hombre, atildado con sombrero, americana y corbata y zapatos, probablemente cordados. El símbolo de un hombre de a pie que, sin embargo, no perdía cierta elegancia. El común habitante de un entorno urbano. Ni qué decir que hombre porque tanto diseñadores gráficos como urbanistas suelen esquematizar a las personas sirviéndose de un icono masculino. El modelo patriarcal es notorio en los códigos que la señalética utiliza en las ciudades.

Exclusiones aparte, el hombre amarillo que bordea sa Riera es desde luego varón, y con tanta hombría, ha perdido su sombrero. En total, ocho hombrecillos pautan un camino que conduce a las puertas de la iglesia boca abajo de Dennis Oppenheim, a la plaza donde los pinos se salvaron de milagro gracias a la presión de los vecinos para depositarte en la boca del museo del Baluard.

Al pobre no lo ve nadie, se le hace luz de gas a diario. ¿Qué sentido tiene una señal a la que nadie atiende? ¿Cuánto dinero se habrá pagado por comprarlos, colocarlos -son de acero- y dejarlos fijos a la acera del paseo? Que se pase por alto ante un indicador o señal es un fallo de quien gestionó su colocación. Quizá me equivoque y el hombre amarillo de la margen izquierda sea el verdadero cicerone del museo más caro de la historia de la ciudad. Palma está llena de gestos sin sentido que nos han costado muchas pelas, las esculturas de la Universiada merecen un capítulo aparte.

Quién sabe, quizá este hombrecillo amarillo, que ha perdido su sombrero, y que es un remedo del santo Simon Templar aunque engordado, quiera ser ignorado en su deambular de acero por una ciudad llena de equívocos, de mensajes en la botella que no llegan. Somos tan nuestros que hasta es posible que ante el paseante amarillo cambiemos de acera para no tener que alzar, siquiera, las cejas.

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