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Sa Torreta

De las copinyes a Antonio Maura

En un rincón de Cort estaba la plaza de las Copinyes. M.Mielniezuk

Las sucesivas ampliaciones de la plaza de Cort supusieron la desaparición de la plaza de las Copinyes. Lo contamos en un reciente artículo, pero tal día como mañana de 1890, el Ayuntamiento de Palma decidió cambiar el nombre de esta mera intersección de calles para dedicársela a Antoni Maura. Es una buena razón para profundizar algo más en esta plazoleta que estaba en la confluencia de la Costa d'en Brossa, de la Costa de Sant Domingo y de la calle dels Bastaixos.

La plazoleta fue primero diminuta. Creció con el derribo de una manzana de seis casas que allá por la mitad del siglo XVIII se encontraban en estado de ruina. Eran unos edificios que, según cuenta Zaforteza y Musoles, tenían embants. O sea, voladizos sobre la calle para agrandar las viviendas, como los que aún se pueden ver en la calle Impremta. Con este derribo la plaza creció. Siguió siendo pequeña, pero matona. Vamos, que debía tener marcha porque se encontraba a un paso del núcleo duro de la ciudad, donde se tomaban las grandes decisiones.

Se llamó de les Copinyes porque así era conocida una de las casas con "botiga, rebotiga i estudis" que tenían fachada en ella. Hace 125 años, el Ayuntamiento decidió bautizarla como Antonio Maura. El problema sobrevino cuando entre 1916 y 1921 se derribo la illeta de Cort y la plaza de este nombre y la de las Copinyes quedaron unificadas. Fue necesario buscar otro lugar para el más importante político mallorquín. Se recurrió a la actual, que, según cuenta Gabriel Bibiloni, en 1922 era calle de la Marina. Antes se había llamado de la Reina entre 1862 y 1868, año en que fue derrocada Isabel II. Aún antes había sido calle de l´Hort del Rei o de la Riera Vella, no en vano por allí discurría el torrente hasta que fue desviado fuera de la muralla.

En definitiva, esta es la breve historia de una plaza que nació, creció y se extinguió. También es la historia de los nombres que tuvo y de su traslado a otras latitudes cuando se produjo la defunción. Prueba de que, incluso en una ciudad dos veces milenaria como Palma, nada dura para siempre.

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