No puede evitarlo. Las madres son así. La mayoría. Antònia Campins Capó se presta al retrato con motivo de sus 105 años celebrado ayer. Le acompaña su única hija, Anita. Posan juntas. La madre tira de la falda de la hija para que esté "curiosa". Tiene 77 años. Les contempla Margarita, de 95 años, hermana de la centenaria de Palma, probablemente la más anciana de la ciudad aunque en la familia no lo saben. De los ocho hermanos Campins Capó, sigue vivo Rafel.

"Jamás imaginé que llegaría a cumplir tantos años. Siempre pensé que moriría antes que mi marido", cuenta Antònia, ayudada por la hija. Sus padres se conocieron en el Teatro Principal. ""A mi padre, que era maestro de obras y era del Prat de Llobregat, le gustaba mucho la música". Asegura que "fue un amor a primera vista". Él falleció cumplidos los 78 años.

Ella nació en Alaró pero desde niña se tuvo que trasladar a Palma donde se puso a trabajar de cocinera en casa de la familia de los Martínez Roca a los 18 años. Antes, siendo una niña de 7 años, "recogía olivas" en su pueblo. "Fue una vida dura", apunta su sobrino Paco Seguí, que se ha sumado al festejo.

Las virtudes culinarias, Antònia las aparcó hace años aunque, como cuenta Anita, "me ayuda a pelar patatas". Entre sus mejores platos, "el redondo de carne rellena".

Su madre se levanta cada día a las 8 de la mañana. Su ritual se mantiene: un café con leche y una coca de patata. "Le gusta mucho el dulce. Es muy golosa", aseguran sus familiares.

Al lado de Antònia destaca en el sobrio comedor de la casa una ponsetia, un regalo que llega desde Eivissa enviado por su sobrina, que da clases allá. En la merienda le han preparado tarta, para que sople las 105 velas, una ensaimada y coca de calabacín, que "¡le encanta!", ríe Anita.

Cuando estalló la Guerra Civil, Antònia tenía 27 años. Ya estaba casada. "Nos íbamos a la garriga para escondernos cuando llegaban los aviones; después bajábamos al refugio". Lo cuenta con su voz ronca. Un año después, en el 37 nacería su única hija. "Estaba en la clínica de Santa Matrona, en la calle Marqués de la Cenia y con los bombardeos tuve que bajar al refugio. Hacía poco que había sido el parto". Anita la mira con una expresión contenida, de mucho cariño.

"Nosotros no pasamos hambre, ni en la Guerra ni después, ¡gracias a Dios!", subraya Anita. Su madre, bastante sorda, sonríe sin saber qué dicen los que están a su lado. Su hermana Margarita, de 95 años, asiste a la escena en silencio. Entre las dos, dos siglos.

La mujer centenaria no mira la televisión. Tan solo, las noticias y el tiempo. "Le gusta mucho", asegura su hija. Su día a día es milimétrico. Pocas alteraciones. No requiere ningún medicamento. Su salud es perfecta.

Al preguntarle qué le ha gustado más de su larga vida, la respuesta es contundente: "Todo. Un día es mejor que otro, claro". Sus familiares ríen. "Tiene muy buen carácter", comenta Anita.

Antònia celebra 105 años con la mente clara: "Jamás pensé llegar hasta aquí, pero ahora sí que tengo la muerte detrás de las orejas. No me da miedo". Aconseja, eso sí, "aceptar la vida y su normalidad". Al cumpleaños se sumarán más tarde, su sobrina Margalida.