Toda casa tiene su espíritu. Como si fuese la combinación de muchas cosas diferentes. La propia historia de la vivienda, las emociones que sus habitantes han proyectado entre sus paredes, los muebles y enseres que la han decorado, esa emanación sutil que viene del exterior, y que modela las luces y los silencios.

Es curioso cómo, a pesar de que sea probablemente el lugar en el que estamos más tiempo, la casa propia puede llegar a ser una desconocida. Abrumados por el peso de todo lo funcional, nos olvidamos de las invisibilidades del espíritu. De esas cosas intangibles, etéreas, indefinibles, que sin embargo forman parte de la realidad cotidiana. En épocas de mayor superstición, la gente estaba más pendiente de esas influencias no demostrables. Colocaban sus fetiches y amuletos, orientaban las cosas según su propio sentido del feng-shui. Tenían sus pequeños rituales y costumbres.

Pero los hombres modernos ya no nos preocupamos de esas cosas. Nos interesa más el wifi que la radiación astral de los lugares. Vivimos de una forma tangente, externa, al corazón de los depósitos antiguos. Aunque estos, finalmente, siempre acaban por salir.

Las casas, como nuestra mente, tienen su consciencia y su inconsciente. La primera nos facilita la vida cotidiana, con sus recursos y sus funcionalidades. Mientras que la parte oculta actúa a veces de forma oscura. Pero actúa.

Los que han tenido muchas casas saben que algunas son curativas. Entras en ellas y sientes la misma sensación invernal de envolverte con una mantita. Te hacen sentir caliente y protegido. Su espíritu es cuidador y maternal. Otras, por el contrario, resultan frías e inhóspitas por más decoradas y acondicionadas que estén. Te dan la sensación de que te has dejado una ventana abierta en el alma. Te impelen a salir. Te ponen nervioso.

Hay casas con espíritu triste, que te deprimen lentamente. Otras agobiantes, opresivas, por más grandes que sean. Incluso existen casas con espíritu ardiente, que inflaman los sentidos y las concupiscencias de quienes las habitan. Como un afrodisíaco con paredes.

¡Qué importante resulta descubrir el espíritu de la casa que habitas! Y cuánto puedes tardar en conseguirlo. Si es que lo logras.