Ya se sabe que las ciudades siempre cambian. Sería una perogrullada decir que Palma no es una excepción. Cada día quedan menos vestigios y señales de su época preturística. Ahora bien, uno tiene la sensación que durante estos últimos tiempos la ciudad ha padecido un acelerón en esa carrera por ir despojándose tanto de su pasado como de los escenarios y ambientes tradicionales que la configuran. El cierre del histórico convento de Santa Isabel, conocido popularmente como ses Jerònimes, es una muestra más de ello. Repasemos su historia.

Los orígenes del recién deshabitado convento están directamente relacionados con la Tercera Orden franciscana, la rama seglar de los franciscanos, cuyos miembros son denominados terciarios, aunque en Mallorca fueron antiguamente llamados tercerols y terceroles, o también beguinos y beguinas. Ya tuvimos ocasión de hablar de esta orden formada por hombres y mujeres laicas y de su estrecha relación con la historia de la isla. Estas fraternidades franciscanas, siempre yendo a su aire, defensoras de la estricta pobreza, nunca fueron bien vistas por la jerarquía eclesiástica. Muchos de sus miembros fueron perseguidos y algunos incluso murieron en la hoguera acusados de herejía. La primera comunidad de terciarios (o beguinos) documentada en Palma data de 1303. Dicha comunidad tenía su "casa" en la calle de Bonaire. Por otro lado, en 1313, aunque se desconoce cuál era su ubicación, también se tiene documentada otra casa, en este caso de terceroles, las cuales recibieron un legado testamentario de Ramon Llull.

Entre los años 1324 y 1328 el infante Felipe, tío de Jaime III y destacado franciscano espiritual, fue regente de la Corona de Mallorca. Durante la primera mitad del siglo XIV hubo en Palma una presencia significativa de terciarios franciscanos los cuales gozaban de la protección del regente. Fue precisamente en este ambiente que hay que situar los orígenes del convento de Santa Isabel.

La primera noticia que se tiene de una comunidad de terciarios en el solar actual del convento data de 1316. Mosén Josep Estelrich la documentó ocupando una vivienda con patio de tierra en "el cantó de la Murta", es decir, en la esquina de las actuales calles de Santa Fe y Porta del Mar; o lo que es lo mismo, en la esquina meridional del actual convento. A la luz de los documentos desvelados por Estelrich, Pere Balaguer había comprado, dentro de la porción del Temple, a un judío de nombre Haron Benletgem, dicha vivienda. En ella, Guillem Descalç, cuchillero; Guillem Balaguer; Guillem Lloret, carpintero; Jaume Gasselm, picapedrero, capitaneados por su ministro (el líder) Antich de Vic, debieron conformar esta primera fraternidad de terciarios franciscanos en este solar de la Calatrava. Parece ser que Antich de Vic "i els seus cofrares beguins", conformaban una fraternidad que existió antes de la fundación de la casa de la Calatrava. De hecho, este grupo franciscano ha sido relacionado directamente con el círculo de Arnau de Vilanova (1240-1311), médico y terciario de inclinaciones joaquinitas y apocalípticas, cuyos escritos fueron condenados por la Inquisición.

Esta fraternidad pervivió hasta más o menos el año 1335, momento en que la casa fue comprada por Jaume Ça Granada. Los terciarios desaparecieron de la Calatrava, pero no de Palma ni de Mallorca, pues en todos los siglos se documentan fraternidades de tercerols y terceroles.

Un año después, en 1336, Jaume Ça Granada donó, con donación pura, simple e irrevocable, inter vivos, las casas y huertos comprados a los albaceas de Antich de Vich, a una comunidad de terceroles (o beguinas), pues "duen vida de penitència i tenen la Tercera Regla del beat Francesc". Como dato curioso, en dicha donación, hay una cláusula en la que el donante dispone que si la comunidad desaparece, las casas y el huerto pasen a los jurados de la Ciudad y Reino de Mallorca.

El grupo fundacional lo formaron seis "mujeres (dominae) de la Tercera Regla": Saurina Çafont, Cília Seguera, Simona Morera, Francesca Bosca, Antònia Llabiana y Agnès Carroça. Parece ser que este grupo también existía antes de recibir esta donación y quizás haya que relacionarlo con la comunidad que el año 1313 había recibido un legado testamentario de Ramon Llull. Durante la existencia de dicha fraternidad en Santa Isabel (1336-1485) se han podido documentar veintisiete "hermanas", aunque debieron ser muchas más. De entre estas se han podido detectar tres ministras: en 1357 lo era sor Francesca Bosca; entre 1437 y 1448 lo fue sor Joaneta Guimerana; y en 1498 -trece años después de haber sido expulsadas de Santa Isabel y habitar en una casa situada cerca de la calle Sant Miquel- lo fue sor Antonina Bondia.

Fue precisamente sor Joaneta Guimerana la ministra que impulsó la construcción de la nueva iglesia, la cual fue dedicada a santa Isabel de Hungría -cuñada de Jaime I- patrona de la Tercera Orden de san Francisco. Gabriel Llompart documentó a Huguet Barxa como maestro de obras y escultor de la misma. En 1448 se inauguraba el nuevo templo.

Ya se ha advertido que los terciarios franciscanos nunca gozaron del favor de la jerarquía eclesiástica, antes al contrario, fueron blanco de continuos ataques y calumnias. A partir de la segunda mitad del siglo XV se detectan ciertos documentos que acusan a la comunidad de Santa Isabel de ciertos desórdenes "e certes deshonestedats". Repasando las acusaciones, uno se da cuenta de que las terciarias aparecen más como víctimas de pequeñas intromisiones irreverentes al convento que como sujeto de las acusaciones en sí. Ahora bien, los ataques no cesaron. En 1481, momento en que se buscaba una sede para acoger el Estudio General Luliano, algunas voces taimadas, apoyándose en murmuraciones puritanas, sugirieron a los jurados expulsar a las terciarias y ubicar allí la nueva institución educativa: "E per ço han pensat los damunt dits, fácilment haver lo loc de la Tersa Regla [pues] les dones en aquel dit lloch habiten, les culpes e delictes de les quals son tant notoria [€] per ocasió dels innumerables e enormes scàndols tots els dies s·hi segueixen, [€] expel·lir e totalmente foragitar [a las terciarias]".

Parecerá mentira, pero las acusaciones de aquellos "prohombres" tuvieron su efecto, y consiguieron que en 1485 la autoridad eclesiástica expulsase a las terciarias del convento de Santa Isabel y tuvieran que trasladarse a una casa situada en las inmediaciones de la calle de Sant Miquel: "€ les monjes, dites de la Terça Regla, perquè no viven degudament, les tragueren del dit monestir; preteren elles que·ls és estada feta injustícia; ara stan en una casa prop de Sant Miquel ab prou vergonya lur".

Ahora bien, a los que arguyeron el complot no les salió bien el plan pues allí, en Santa Isabel, finalmente no se trasladó el Estudio General Luliano, sino que se estableció una nueva comunidad de monjas jerónimas.

El primer contacto que tuvo la isla con la Orden de San Jerónimo -fundada en 1350 por Fernando Yáñez de Figueroa, canónigo de la catedral de Toledo- fue en el año 1401, momento en que un grupo de monjes se estableció en los bellos parajes de Miramar, antigua fundación luliana. No duró mucho tiempo esta nueva comunidad pues en 1442 los jerónimos abandonaron Mallorca para unirse al monasterio de la Murta de Valencia. Por otro lado, la orden femenina de los Jerónimos, estableció un convento en Barcelona, Sant Maties, en 1477, en cuya comunidad se encontraba una mallorquina: sor Praxedis Albertina. Seguramente de allí surgió la idea de fundar un nuevo convento en Mallorca. Se aprovechó el momento en que el de Santa Isabel estaba desocupado para llevar a cabo la nueva fundación. El día de san Agustín de 1485, bajaron del monte de Maria de Pollença dos monjas, convertidas ahora en jerónimas, sor Violant Dameta y sor Margarita Santjoana, junto a una terciaria franciscana, Maciana Busqueta; y las tres se instalaron, bajo el asesoramiento de sus hermanas de Barcelona, en el convento de Santa Isabel. Desde aquel entonces hasta nuestros días han profesado quinientas veinticinco monjas jerónimas.

Aunque a muchos les pueda parecer extraño, las monjas, incluso las de clausura, siempre han tenido una relación muy estrecha con el mundo que les rodea, interrelacionándose con sus convecinos, e interviniendo -mucho más de lo que muchos puedan creer- en la vida cotidiana de la ciudad. Este año de 2014, después de 700 años de haber vida de oración en Santa Isabel, después de 529 años de habitar y de convivir las jerónimas en Santa Isabel en el barrio de la Calatrava, el convento enmudece y deja de latir. ¿Qué futuro le deparará?