Estos días ha sido noticia en los periódicos la posible venta de un busto romano de mármol que, hasta hace poco, se conservaba en Can Pueyo (Palma), casa solariega de los marqueses de Campofranco. Dicho busto presidía, desde el siglo XVIII hasta hace poco tiempo, la envidiable biblioteca de dicha casa, biblioteca que, recordemos, provenía de otra biblioteca todavía mayor y más envidiable: la del cronista de la ciudad y reino de Mallorca, Buenaventura Serra Ferragut (1728-1784).

El busto que ha sido objeto de atención estos días, representa la efigie del emperador romano Augusto y data de finales del siglo I (a C.). Esta pieza puede considerarse uno de los primeros descubrimientos arqueológicos documentados en Mallorca. Su hallazgo debe remontarse por lo menos al siglo XVI, pues el cronista Juan Binimelis en su "Nueva historia de la isla de Mallorca y de otras islas adyacentes", de 1593, ya se refiere a ella al citar algunos hallazgos arqueológicos en Alcúdia, en las inmediaciones de la iglesia de Santa Anna. De todas formas, Binimelis se equivoca a la hora de identificar el personaje representado, pues piensa el cronista que está ante la efigie de Cecilio Metelo: "No dejo de decir como la ciudad que Quinto Cecilio Metello llamó Pollencia (sic), fue fundada en los campos que son hoy entre la ciudad de Alcúdia y el mar del puerto, y tenía grande circuito, según se descubre y muestran las ruinas en donde se han hallado estatuas, cabezas y columnas de aquel tiempo de romanos, y la estatua del mismo Quinto Cecilio Metello que hoy se guarda en Mallorca, y cavándola debajo de tierra la cortaron acaso la cabeza del cuerpo, y hoy la posee el Magnífico D. Raymundo Verí, Juez en la Audiencia Real de Mallorca, y otras cosas más y muchas, se han hallado como son sepulturas, urnas, cenizas, epigramas, títulos y particularmente en los campos en donde la ciudad de Pollencia estaba edificada, se han hallado muchísimas medallas y monedas de cobre y de plata de emperadores romanos, que juntadas pasarían de cinco quintales de peso las que yo he visto, y se han hecho muchos presentes de ellas y enviado a muchos fuera de Mallorca y cada día se descubren muchas más". Como se puede comprobar en este texto histórico, el expolio de Pollentia puede considerarse multisecular.

El poseedor del busto al que se refería Binimelis no era otro que Ramon Verí Moyà (€1614), oidor de la Audiencia de Mallorca.

Casi doscientos años después, en 1789, Jerónimo de Berard desvelaba en su obra "Viaje a las villas de Mallorca" que el busto de Augusto „que Berard seguía identificando erróneamente con Cecilio Metelo„ que había poseído Verí, ahora estaba en casa del marqués de Campofranco: "una estatua de mármol que ha su tiempo allí [Pollentia, Alcúdia], se halló de Cecilio Metelo, que paró en don Ramón Verí y hoy guarda el Marqués de Campofranco".

Por otro lado, buscando entre protocolos notariales, el historiador del arte Marià Carbonell pudo comprobar que en 1775 el busto de Augusto ya estaba en Can Pueyo, en posesión del segundo marqués de Campofranco, Nicolás de Pueyo Rossinyol: "una testa Antigua de la grandesa natural, que diuen ser del temps de los Romans sobre un pedestal de fust que imita mármol, y que conté una inscripció llatina". Nicolás de Pueyo debía poseerla por lo menos desde hacia veinte años, pues en el pedestal moderno se podía leer: "desenterrada y colocada sobre este pedestal en 6 de octubre de 1757, por el celo de muy dignos escritores, en memoria de la Antigüedad".

José de Pueyo Muñoz-Serrano, de origen aragonés, se había casado en 1640 con Catalina Sunyer Caulelles, heredera de los vínculos y cavalleries de los Sunyer y los Juan de Planisi. A un nieto de éstos, concretamente a Antonio de Pueyo Dameto, Felipe V le concedió el título nobiliario de marqués de Campofranco „nombre de una de las cavalleries que poseía en el Prat de Sant Jordi„ por su apoyo durante la Guerra de Sucesión. El hijo de éste, Nicolás, segundo marqués de Campofranco, del que ya se ha citado, tuvo, a su vez un hijo, José de Pueyo y de Pueyo (1733-1785), tercer marqués de Campofranco. Éste último fue quien heredó parte de la biblioteca de su buen amigo Buenaventura Serra Ferragut.

Buenaventura Serra, descendiente de una familia de abolengo, oriunda de Alcúdia, fue uno de los hombres más cultos del siglo XVIII mallorquín. De formación franciscana, heredó la selecta biblioteca de su padre, Miquel Serra Maura, y también la de su abuelo materno, el médico Francesc Ferragut de Sineu, fondo bibliográfico que aumentó considerable y cualitativamente a largo de su vida.

A pesar de que se ha relacionado a Serra con la ilustración mallorquina, lo cierto es que, tal como afirma Jesús García Marín, el cronista "no fue un ilustrado en el sentido europeo sino un sabio cristiano". No en balde estuvo de acuerdo en la prohibición de ciertos libros y no dudó en colaborar con José Cáceres, inquisidor, el cual conminaba al cronista a controlar las lecturas de sus amigos. No obstante, Serra participó de aquella idea de la época en que el conocimiento y la razón se configuraban como esperanza de progreso para la sociedad; y siempre mantuvo la idea de que su erudición debía estar al servicio de la patria.

Una forma de expresar ese servicio al bien común fue organizar una tertulia en su casa solariega de la calle Portella. Allí se reunía periódicamente con un selecto grupo de amigos entre los que destacó precisamente, por su amistad y confidencia, José de Pueyo y Pueyo.

Como recordaba María José Pascual, Serra y Pueyo eran "camaradas inseparables desde muy jóvenes" que "compartieron la afición por la pintura, por la poesía y, en general, por todos los aspectos del saber. Con el resto de contertulios "compartían el placer por los buenos libros y el gusto por las colecciones: monedas, antigüedades y curiosidades naturales [€] Las reuniones en casa de Serra propiciaron lecturas en grupo y charlas eruditas sobre temas de actualidad". En definitiva, los contertulios de Can Serra serían los que años más tarde tendrían la iniciativa de crear la Sociedad Económica Mallorquina de Amigos del País.

En diciembre de 1784, Buenaventura Serra murió. En su testamento nombró albaceas a Jerónimo Berard y al hijo de éste, que eran sus vecinos y amigos. En su testamento legaba parte de su biblioteca „la otra parte fue para los franciscanos„ a su inseparable amigo el marqués de Campofranco, el cual moriría al año siguiente. Tuvo tiempo José de Pueyo de añadir a su biblioteca, los libros heredados de Serra, la cual, como ya he dicho, estaba presidida por el busto de Augusto. Durante más de doscientos años la biblioteca de los marqueses de Campofranco fue un lugar de consulta obligada para historiadores, eruditos y curiosos. Hoy somos testigos de su lenta desmembración.