¿La cabeza del emperador Augusto está en venta. Maticemos que se trata de un busto en mármol encontrado en Pollentia. Tras la publicación de la noticia en Última Hora, las reacciones posteriores suenan a déjà vu, a palabrería conocida, y desgraciadamente repetida, en la historia de la pérdida del patrimonio mallorquín. Siempre con los mismos pasos: alguien da la alerta sobre un expolio o venta, las autoridades se rasgan públicamente las vestiduras y, al final, el bien abandona la isla.

Un repaso a la historia lo demuestra. En 1894, el propietario de Son Corró, en Costitx, encontró tres cabezas de toro en bronce. La Societat Arqueològica Lul·liana (SAL) instó a las autoridades a adquirir estas importantísimas, y bellísimas, piezas. Incluso abrió una suscripción popular que no logró reunir el dinero necesario. Finalmente las compró el Estado, que cree que todo es más Estado cuando se puede ver en Madrid y por eso los Bous de Costitx acabaron en el Museo Arqueológico Nacional.

El desatino se ha repetido durante el desmantelamiento de lo que fue la colección del cardenal Despuig. Una parte se vendió de forma taimada. Después continuó saliendo de la isla con una subasta pública en París. Finalmente, cuando en Raixa solo quedaba una parte de las piezas, y no la más valiosa, fue el arquitecto Guillem Reynés quien en 1917 pagó 60.000 pesetas de su bolsillo para evitar que el expolio se consumara. Solo en 1923, y tras la muerte de Reynés, el ayuntamiento de Palma compró las esculturas que hoy se ven en el castillo de Bellver.

Arthur Byne legó su obra Casas y jardines de Mallorca, pero también fue el agente que, negoció con el magnate William Randolph Hearst la venta y traslado a EE UU de las piezas más significativas de la Posada de s´Estorell, en la calle Morey de Palma.

Con estos antecedentes es lógico que seamos escépticos. Si Joan Rotger, responsable de Cultura del Consell, logra que el Augusto de Pollentia se quede en Mallorca habrá que dar por buena su insulsa gestión al frente del departamento desde hace más de tres años. El tiempo dictará sentencia.