Hubo un tiempo en que a la Real los señores de Palma llegaban en carruaje y los payeses en carro. El siglo XVIII liquidó algunos rasgos de la aristocracia. En el siglo XX, los del barrio de Sant Matgí alcanzaban de noche el monasterio para sumarse a la romería de Sant Bernat. En el XXI los barrios están en lo suyo. Los de La Real, en fiestas.

Hoy es el santo patrono, el monje que apaga los calores del verano que encendió un 20 de julio la santa, Margarita. Ayer salieron los carros y carretons en una breve procesión, tras ser bendecidos por el rector del monasterio, Gabriel Seguí i Trobat. Hoy, tras el tañido de las campanas, leerá la homilía del oficio solemne. No faltarán alusiones a los diez años en que La Real se levantó contra la construcción de Son Espases, hoy de nuevo bajo sospecha.

Iban a ser nueve los carretons pero fueron siete. Uno de ellos se quedó en casa porque la burra de Bunyola estaba embarazada y se temía lo peor. Pacientemente aguardaban ser bendecidos por el rector de La Real, que paseaba de arriba abajo con el hisopo en mano y seguido por el Zacarías Sango, de Costa Rica, que trabaja como jardinero en el monasterio y ayer portaba el paraguas para evitarle al sacerdote los rayos de sol de la tarde. Antes había colgado de las varillas dos senyeras pero Gabriel Seguí le pidió que las quitase.

Los burros y mulos no se asustaron en cuanto les cayó el agua. Sí provocaron las risas de algunos de sus conductores como el carro guiado por Margalida Mas, de Sóller, y Carme Cruelles, de Valldemossa, ambas engalanadas de negro duelo con la mantilla. "Hace cuatro o cinco años que venimos. Nos llaman para participar. Otros años nos hemos vestido de payesas", dijo riendo Margalida. Con todo, no les cayó el primer laurel aunque se consolaron con el segundo puesto.

El primer premio fue para el carreton de Jordi Cañellas, engalanado con guirnaldas violetas y cargado de críos, al menos siete, la mayoría nietos suyos y de otros amigos. Nara, la más mayor, de 10 años, conducía aquel carro que no sumaba ni 20 años entre todos los pequeños. Paquita, la burra estaba muy tranquila.

"Somos vecinos de La Real aunque el carro es de Porreres", señaló riendo Jordi Cañellas, propietario del tiro. No podía negar el orgullo que sentía de que al menos estuvieran tres nietos suyos en el carro premiado.

Desde Son Sardina

El tercer laurel lo consiguió Francisco Miralles, vecino de Son Sardina, con un carro guiado por el mulo Menut. "El año pasado ya participé y me gustó tanto que he decidido repetir", comentó.

Jaleados por los vecinos, por incondicionales también de esta romería de larga tradición, los participantes degustaban helado de almendra a la espera de dar el paseíllo por los alrededores.

Por ahí merodeaba Miquel Bauzà, ataviado con el calzón de bufes, que se mostraba partidario de recuperar los tiempos en que los del barrio de Sant Matgí se acercaban con sus carros hasta la Real de noche cerrada. "Un hermanamiento podría estar bien, pero es muy difícil mover a las personas, y más en estos tiempos que corren", se lamentaba. Pero no perdía la sonrisa en el semblante.

Ambiente de fiesta a la entrada al monasterio, en el que la avenida era tomada por los feriantes y artesanos que buscaban, al calor de la festividad de Sant Bernat, hacer caja.

La antesala de la clausura de siete días de fiesta se saldó con buen ánimo. Lo corroboró Jeronima Orell, una vecina asidua.