Quisieron convertirnos en Suiza plantando un abeto en la plaza de Cort. La algarada fue mayúscula porque el mallorquín a veces, no muchas, sale de su letargo para decir ¡hasta aquí hemos llegado! Un 3 de mayo de 1989 el corazón de la ciudad tuvo su brote verde: un olivo centenario procedente de la finca Pedrutxela Petit de Pollença. Hoy, a sus pies, el icono más retratado de Palma, tras la Catedral y el castell de Bellver, es rotulado con una escueta cartela a sus pies: árbol singular. ¡No se puede más austero ni más lacónico! ¡Ay cuándo nos curaremos de nosotros mismos!

Comprobado que el calzón con tirantes y la pluma tirolesas encajaban poco con la mallorquinidad, en tiempos de Ramon Aguiló ya se miró a la serra de Tramuntana, liberada de títulos patrimoniales y festejada literariamente por austriacos como el archiduque Luis Salvador. De aquellas tierras del norte a la reformada plaza de la ciudad media un abismo, sobre todo hoy en día en que el árbol que tanto amó Robert Graves está dejado de la mano de Cort.

La tijera le ha llegado al ejemplar, según relatan algunos vecinos de la plaza que la quieren y miman como el comerciante Xisco Clapes, que abrió local 25 años atrás, y se convirtió ya desde ese momento en jardinero fiel del árbol. Hoy se lamenta del abandono que sufre el olivo, "pisoteado", abandonado. Violentado.

No lo mató la plaga de cochinilla que sufrió en 1999, al parecer provocada por los ingenios de algún concejal al que se le ocurrió que luciría bien con florecillas a sus pies. El riego que reclamaban las flores resultó excesivo a un árbol que pide un terreno seco. Jamás se concluyó causa efecto pero coincidir, coincidieron las cochinillas con el plantío de ponsetias, pensamientos, begonias y otras delicadas florecillas. Sin embargo, enfermó el fuerte, el olivo centenario. La naturaleza tiene sus reglas y sus apariencias son juegos de camuflaje.

Con media ciudad tomada por ese turismo que no se gasta ni el buenos días de lo barato que les sale pasar una semana en Mallorca, sin apenas salir del hotel, ataviados con chanclas y bermudas por lo más granado de Palma, se ven estampas de selva de asfalto.

¿Qué hacen unos niños subiéndose al olivo de la plaza de Cort? ¿Se creen reyes de la selva? ¿Es que ni sus padres ni sus profesores les han enseñado que hay un concepto fundamental para vivir en sociedad: el respeto al bien de todos? Viendo la fotografía de Xisco Clapes está claro que no solo no educan sino que les alientan a hacer escalada en un árbol del común, el olivo de Cort. ¿Qué hace esa mujer empujando al crío, alentándole a encaramarse al árbol como si estuviera en un concurso de un nuevo modelo de educación vial?

¡A ver, que esta ciudad sea el hogar de las basuras, que sea el creciente fértil de los chiringuitos de mal gusto, que sus joyas se vean tapiadas por negocios de souvenirs de tres al cuarto, no da derecho a que algunos nos confundan con una selva temática! ¿O sí?