Rafael Alberti se sirvió de un caballo como figura metafórica de un pulso a una España de hambre y muerte. "A galopar"cantó el poeta "hasta enterrarlos en el mar". En el horizonte de torres eléctricas, donde se ha trapicheado con la droga y abundan los descampados, un hombre le lee a un caballo. O lee frente a él, quizá en silencio, quizá le canta como el poeta de melena blanca "galopa caballo cuatralbo, jinete del pueblo que la tierra es tuya". Nadie le cree. Ni el equino, por eso, el hombre insiste. Lee para ser esperanza en las "tierras de España", a unos días de que anuncien que comer será también cosa de ricos.

Una sencilla cuerda verde mantiene unidos al hombre y al caballo. Mansamente. No hay tensión. No hay doma. No hay sumisión tampoco. Es otra la relación que desprende este centauro desmembrado.

Una ciudad que sigue con márgenes rurales es hoy una utopía o un desplante. Palma esta levantada sobre tierra y agua. Mallorca, desde el aire, tiene forma de cabeza de caballo. Cuando sacude sus patas, el animal invisible echa fuego por su hocico.

El hombre del Polígono quizá le está contando una narración de tierra, agua, aire y fuego, digna de jinete del Apocalipsis; quizá le cuente de Rocinante y cómo Quijote tardó cuatro días en ponerle nombre. "Más de uno confunde razonar con rocinar, haciéndose pasar por razonante cuando no pasa de rocinante", justificaría el alter ego del caballero de armadura llamado don Quijote, Miguel de Cervantes.

La primera pregunta tras ver la fotografía de Manu Mielniezuk no es ¿qué hace un caballo en el Polígono de Llevant? sino ¿qué hace un hombre leyéndole a un caballo que tiene enlazado por una soga de color verde? ¿Qué lee, qué le lee? Y a partir de ahí caen las preguntas como un castillo de naipes. ¿Quién enlaza a quién? ¿Lee para sí mismo como quien con uno mismo habla?

Hablan de terapias con caballos para salir de nosotros mismos cuando estamos huecos. Cervantes adelantó la pedagogía. El caballero de la triste figura encontró reposo en Rocinante y cierta razón en Sancho Panza. En 1872, el neurólogo Chassaignac fue el primero que justificó científicamente las bondades terapéuticas de los caballos con personas con trastornos en el comportamiento.

El hombre contemporáneo de las ciudades se ha alejado a galope de los animales y por eso los ha convertido en mascotas. Primero lo domesticó para uso agrario y una vez templado a su imagen y semejanza le metió en una jaula, en una caseta, en una caja, en un circo, en un piso.

Hoy un hombre agarra un libro abierto con una mano, lee; con la otra afirma una cuerda verde que le une como un cordón umbilical a un caballo. El animal mira hacia otro lado. No importa. Les une el susurro de unas palabras leídas.