Se citan en el bar Un Somriure, un nombre muy apropiado para sobrellevar la situación en la que viven. Sonríen al contar que en Nochebuena pudieron "cenar bien" gracias a la ayuda de una reciente asociación llamada Dignidad y Solidaridad, cuyos miembros se dedicaron estas fiestas a repartir alimentos para 28 familias formadas por 117 personas (35 eran menores).

El coordinador de la entidad, Miguel Coll, así como la decena de miembros que la forman, se quedaron con "una sensación agridulce" después de distribuir la comida donada por el grupo de pequeños empresarios BNI. "Es triste que, en pleno siglo XXI y en una isla teóricamente próspera, haya que repartir alimentos a gente necesitada que antes vivía con total normalidad", lamenta Coll. Y añade: "La respuesta de las administraciones no ha sido la esperada. Los particulares no nos tendríamos que dedicar a esto, pero la avalancha de los que piden comida es brutal y lo hacemos por una cuestión de dignidad y solidaridad".

Sus integrantes colaboraban antes con otras asociaciones y muchos están relacionados con el sector social, por lo que saben que "es imprescindible trabajar en red y de forma organizada, aunque hay que tratar de evitar la burocracia, porque cuando tienes hambre, la tienes hoy", afirma refiriéndose a la lentitud de los Servicios Sociales.

"Si vas a uno de esos centros, te dan una cita para dentro de dos meses y, mientras tanto, ¿qué comes?", pregunta María García. Su marido, Benito Castillo, daba clases de Formación Profesional en la prisión y, tras los recortes, se quedó en la calle, por lo que ahora subsisten como pueden. "Pensaba que cuanto más paro hubiese, más necesidad habría de preparar a esta gente para que encontrase un nuevo trabajo, aunque ha ocurrido lo contrario. Bruselas ha cerrado el grifo de las subvenciones para formación por culpa de las corruptelas de siempre", denuncia.

La familia de Alicia Pérez tenía una situación normalizada, pero ahora sobrevive gracias en gran parte a la ayuda de sus padres. "Somos cinco en casa: dos hijos mayores, la novia de uno de ellos, mi marido y yo", enumera. Nadie trabaja. El primero en perder el empleo fue el esposo de Alicia, que estaba en la construcción. Llevaban 20 años de alquiler en un piso y les desahuciaron al mismo tiempo que ella perdía el trabajo. Este mes han tenido que dejar de pagar su nuevo alquiler y no ven ninguna solución hasta que llegue la temporada turística, cuando Alicia Pérez ejerce como camarera de pisos.

"Hay verdaderos dramas detrás de muchas familias, debido a que nadie aguanta cinco años de crisis. Cuando tenían trabajo, estaban preparadas para hacer frente a sus gastos, pero ahora no tienen ingresos y continúan las responsabilidades", incide Coll. Su asociación les intenta ayudar en lo que puede gracias a la labor de voluntarios y profesionales que aportan sus conocimientos y su solidaridad.