Desde hace seis meses, una serie de inquilinos se han instalado en la ciudad. Son aparentemente normales. Su aspecto es de gente común. Pueden ser nuestros abuelos, nuestros hijos, nuestras novias. Pero no han venido a quedarse. Son seres de papel, efímeros. Tuvieron dueño. Ya no.

El padre es Joan Aguiló, un licenciado en Bellas Artes que sumó una serie de hechos de su vida y que acabarían dando la clave a sus "ilustraciones e intervenciones" en Palma. Así las llama él. "Yo tenía en mente un proyecto en la Serra de Tramuntana, una especie de land art, de dejar piezas anónimas, clandestinas, en un espacio íntimo que acabase invitando a la reflexión. A partir de ahí, cuando viví en Berlín cargué pilas. No soy un experto en street art pero me interesan las propuestas de intervención en los lugares que acaban ayudando a recuperarlos. Después, y creo que como tercer factor que explica el porqué de estas ilustraciones en Palma, es que me gusta la identidad mallorquina. En mi generación se ha roto y yo apuesto por ofrecer imágenes con el mallorquín que llevamos dentro, no desde un punto de vista populista", explica Aguiló.

Se estrenó en la estación Intermodal, en el Parc de ses Estacions, con una chica bailando. Su repentina aparición en la ciudad gustó. "No me lo esperaba", confiesa. Frente al abrazo de dos viejetes en la calle Can Sanç, bajo la frase del escritor Blai Bonet "he duit un rei al cos", relata una anécdota que le emociona: "A la señora se le había caído el vestido, y los del Teatre Sans vinieron y se lo pegaron". A él le gustaría que estos seres de papel anónimos se acabasen convirtiendo en seres cotidianos que incluso "podrían acabar siendo iconos para que se retratasen junto a ellos". Frente a los abuelos, pasa Inma. Accede a posar emulando el abrazo de papel.

"Son trabajos originales. Parte del misticismo de piezas únicas hechas en mi taller y, con toda la carga que eso representa, al pasarlas a la calle, ya no son mías. Son únicas, sí, pero acaban siendo de todos. Es una faceta de la obra de arte que me interesa", señala este profesor. Sus clases en Pedro Poveda son diálogos sobre los límites del arte callejero, si debe o no tenerlos, qué es. Él firma sus obras pero, hasta la fecha, no daba la cara.

"Trabajo para la ciudad"

En la Escola Superior d´Art Dramàtic (Esadib) pegó el dibujo de un señor. "Tan hi ha d´aquí allà ha d´allà aquí", se lee. Dos alumnos de la escuela, Joan Servera y Mada Cardell, echan un cigarro en el descanso. Se enteran que aquel joven espigado es la firma, Joan Aguiló, y elogian sus trabajos: "¡Enhorabuena! En Palma debería haber más sensibilidad hacia el arte callejero", dicen. Joan se sonrosa y lo agradece.

La pasada noche colgó el último inquilino. Un hombre con una caña de pescar cuyo anzuelo es una bombilla. "La primera vez que salí tenía un poco de miedo; me daba corte, pero ahora no; incluso hay quien me ha preguntado si también soy el autor de otro dibujo. A mí me sorprende que me reconozcan, no a mí, sino el estilo, el sello. Estoy contento".

No ha tenido problemas con la policía. "Espero no tenerlos". Sus "ilustraciones" no son políticas. Apelan a cierta ternura, a las emociones primeras, sin curtir, y hay un rapto poético en todas ellas. Solo una fue reivindicativa. Esa no la firmó.

Admira a Bansky, su compromiso social, su destreza. Él se mueve en otras coordenadas. Desde julio hasta ahora, más de once "ilustraciones" conviven en la ciudad. Por ellas pasa el tiempo, se vuelven viejas, se caen a pedazos, se recomponen. El papel que una noche Joan Aguiló cuelga y que en su día fue pintado en su taller, se le escapa de las manos. Él respeta dónde los coloca. No molestan. Son discretos.