Una niña, Isabel Escandell Ribas, estaba en la terraza de su casa en El Jonquet cuando se quedó estupefacta. El vuelo rasante de un avión le llamó la atención. Llamó a su madre, que estaba en casa de una vecina. De un lado y otro se veían molinos. Isabel no daba crédito: "Vi cómo, al estar más bajo, se tiró un piloto del avión y cómo uno de los motores cayó muy cerca de mi casa hasta estrellarse donde ahora están las monjas", cuenta Isabel. Tiene 93 años. Han pasado 85 desde aquel accidente que fue durante semanas la atracción del vecindario y de otros vecinos de Palma. Incluso llegaron a convertir la imagen postal, como recuerda Albert Herranz en su libro Así era Santa Catalina.

Un avión Latecore 32 de la Compagnie Aérienne Française se estrelló entre las calles 14 -hoy Molí den Garleta- y 15 -actual Pescall-, detrás se veía la Catedral. En el accidente perdió la vida el radiotelegrafista y el piloto se salvó al saltar del avión. Bajo El Jonquet estaba la Aero Marítima Mallorquina, base de los hidroaviones, que Isabel recuerda muy bien. "Trasladaron a mi casa al piloto herido. Muchos años después unos señores franceses vinieron a darnos las gracias", señala Isabel.

Hace poco más de un año, ella sufrió un asalto y a consecuencias de la caída se rompió la cadera. Hoy se mantiene erguida y sigue al pie del cañón. Su hijo Vicente la tutela. El otro hijo vive en Sevilla. Tiene cuatro nietos y dos biznietos. Es la última testigo que sigue viviendo en el barrio de El Jonquet que vio cómo aquel pequeño avión perdía altura, se estrellaba contra el pararrayos del hostal Cuba, perdía el motor y caía entre dos calles. Aquella niña de ocho años lo recuerda perfectamente. Lo cuenta sin pestañear.

Conocida en el barrio por ser de cans i moixos, mal apodo que le pusieron al padre, sigue las últimas noticias de El Jonquet. "Tanto don Lorenzo, el cura, como las monjas de la Caridad se han preocupado mucho por el barrio en unos años en que nadie le hacía caso y cuando aquí hubo muchos problemas con la droga. Antes era un barrio de pescadores, muy tranquilo. Ahora está mejor y sé que quieren hacer adosados y aparcamientos en el Mar y Tierra, pero yo no creo que aquí haya tantos coches para necesitar estos parkings".

La historia familiar de Isabel Escandell está marcada por los cuatro matrimonios de su padre, un hombre nacido en Eivissa, que pese a desposar a mujeres "muy jóvenes", como apunta su hija, sobrevivió a todas. "Mi madre se llamaba María, pero no la conocí. Cuando yo tenía tres años, mi padre se volvió a casar. Dicen que la segunda mujer era muy bella. En total, al menos dicen que bautizados, mi padre tuvo 21 hijos, pero quedaron 17. Él murió en 1950. Tenía 96 años".

A su padre le conocían por ser el de cans i moixos "porque le confundieron con un vecino que tenía en su casa un montón de perros y gatos", aclara Vicente Martínez, hijo de Isabel.

"Mi padre fue municipal y después trabajó en labores de jardinería; después fue como estos señores que guardaban de noche.... ¡Sereno, eso!", cuenta Isabel. La memoria se le dispara y se le enciende la mirada. Narra entonces cómo "los borrachines de Casa Patas, un bar cercano del barrio, eran advertidos de que si no dejaban de beber iban a mandar llamar al municipal, o mi padre les decía, alargando el bastón con el chuzo, ¡te daré un palo con el chuzo!", ríe Isabel.

A Isabel la Guerra Civil la pilló en Palma por los pelos. Aquel verano del 36 ella aún vivía en Barcelona. "Siempre estaba anémica y me fui a vivir con una hermanastra, para mí una hermana, a Barcelona. Vinimos de vacaciones a Palma, pero estalló la guerra y ya me quedé". Una madrugada entraron los falangistas buscando a Vicente Escandell. "Mi padre era socialista. Él dormía siempre con la cara tapada. Aquellos hombres dijeron que ése no era mi padre, que era mi abuelo. Y se fueron. La Guerra fue muy mala. Recuerdo los bombardeos y correr a los refugios que estaban al final de la calle y en las escaleras, al lado del molino", mira a lo lejos Isabel.