Se puede decir, en su acepción positiva, que los beguinos medievales fueron aquellas personas laicas que decidieron llevar una vida de penitencia, acorde con los ideales y consejos evangélicos de austeridad y pobreza. Arnau de Vilanova decía que eran "persones seglars, les quals volen fer penitència en àbit seglar, e viure en pobrea e menyspreu de si metexes, axí com són beguins e beguines". Estaban constituidos por terciarios franciscanos (tercerols y terceroles), es decir, laicos que vivían acordes a la tercera regla de san Francisco; así como también por laicos que se proponían llevar una existencia religiosa independientemente de las órdenes aprobadas por la Santa Sede. Preferían predicar con el ejemplo, más que con la palabra: "En loc de predicar poreu fer sancta vida, e per bon exemple predicar", dejó escrito Ramon Llull. No ya el rechazo sino la repugnancia que manifestaban los beguinos hacia el lujo y la ostentación, tuvo como consecuencia un duro enfrentamiento con la jerarquía civil y eclesiástica.

La diatriba sobre la hermana pobreza, considerada por los movimientos penitenciales como la auténtica llave que abría las puertas del Cielo, fue especialmente intensa durante la segunda mitad el siglo XIII y las primeras décadas del siglo XIV. En este tenso debate -recordemos la escena de aquella discusión entre los franciscanos espirituales y los legados pontificios en la película El nombre de la rosa-, fueron los frailes menores los que llevaron la voz cantante del asunto. Fray Pere de Olivi, fray Ubertino da Casale o fray Angelo Clareno fueron algunos de los implicados. Los beguinos los escuchaban y procuraban dirigir sus vidas según lo que de ellos leían, veían u oían contar. Al mismo tiempo, también hubo voces autorizadas entre los laicos, especialmente entre los tercerols o simpatizantes del franciscanismo. Fue el caso de Ramon Llull o de Arnau de Vilanova.

Cabe decir que, a pesar de la amplia aceptación que tuvieron entre todas las clases sociales, lo cierto es que no fueron bien acogidos por la jerarquía y por algunas órdenes religiosas, pues veían a estos grupos heterodoxos como movimientos incontrolables y rebeldes. Sus doctrinas fueron condenadas por heréticas. Fue con la llegada del papa Juan XXII y la aprobación de la bula Sancta Romana (a finales de 1317) que los beguinos y terciarios fueron condenados y perseguidos duramente. En este documento se decía de ellos que "visten hábito religioso, hacen vida de religiosos en casas en las que algunos viven en común y mendigan públicamente como si pertenecieran a una orden religiosa aprobada. La mayoría de ellos dicen pertenecer a la Tercera Orden de san Francisco, y seguir la Regla del Santo al pie de la letra".

Ya desde los primeros años posteriores a la conquista de Mallorca, los beguinos y tercerols habitaron las casas y calles de Palma medieval. Ramon Llull, en la primera parte de su gran obra Llibre d´Evast e Blanquerna, nos muestra la vida de beguinos ejemplares que llevan Evast y Aloma, padres de Blanquerna. En la Ciutat de Mallorca hubo no pocos grupos que vivieron tal cual Evast e Aloma: desprendimiento de sus bienes, vestidos humildes, abstinencia cuatro días a la semana, castidad, rezo de matines y las horas, misa, meditación, atender a los pobres y examen de conciencia antes de acostarse.

Hace años, mosén Josep Estelrich desveló cierta documentación sobre estos grupos en la Palma de los siglos XIV y XV. Curiosamente, Estelrich documentó en Palma, en 1317 -el mismo año de la aprobación de la bula Sancta Romana-, una comunidad de beguinos que estaba dirigida por un tal Antich de Vic. Esta comunidad se instaló en un lateral del barrio de la Calatrava, en el solar en que hoy se levanta el convento de santa Elisabet, más conocido como el de ses Jerònimes.

Por el inquisidor Nicolau Eimerich sabemos que tras la dura represión ocasionada a raíz de la publicación de la bula de Juan XXII, un grupo importante de beguinos y tercerols logró sobrevivir en Cataluña, Valencia y Mallorca. Hay que tener en cuenta que miembros destacados de la casa real insular,-especialmente los hijos de Jaime II, Felipe de Mallorca y Sancha, esta última convertida en reina de Nápoles- y de la oligarquía mallorquina -el propio Ramon Llull-, eran terciarios (tercerols) y protectores descarados de estos grupos heterodoxos. Nos han llegado algunos nombres: el mallorquín Bartomeu Genovés o Janés, discípulo de Arnau de Vilanova que publicó un escrito titulado De adventu antichristi, muy en la línea de su maestro. También destacó otro mallorquín, Pere Oller, que se convirtió en líder espiritual de una comunidad de Barcelona, por lo que acabó siendo apresado y condenado. Murió en la hoguera.

Pere Sastre, Bartomeu Pelegrí, Bernat Llorens, Andreu Galiana o Guillem Morell son otros de los nombres que aparecen en los procesos abiertos contra estos tercerols. Estos procesos fueron incoados por el mismo Papa -seguramente preocupado por la influencia que pudiesen tener entre la población personajes como el infante Felipe y otros miembros de la casa real-, el cual mediante una serie de misivas conminaba al propio obispo de Mallorca, a la sazón el carmelita Gui de Terrena, a combatir cualquier manifestación de los heterodoxos "que procediese enérgicamente contra los culpables, encarcelándolos y castigándolos".

En todo caso, y a pesar de que la comunidad de Antich de Vic dejó su casa de la Calatrava perdiéndoles la pista, los tercerols continuaron en Palma. De hecho, la casa en la que había vivido Antich con sus compañeros, años más tarde (1335) fue cedida por el noble Jaume de Zagranada a un pequeño grupo de "dones de la Tercera Regla de sant Francesc", es decir, de terceroles. Fueron estas franciscanas las que pusieron su casa bajo la protección de santa Isabel de Hungría, franciscana terciaria -por cierto, hermana de Violante, esposa de Jaime I-, nombre con el que todavía hoy se denomina al convento de las monjas de san Jerónimo en Palma.