A pesar de que no poseemos demasiados datos históricos sobre Ferrando, el tercer hijo varón de Jaime II de Mallorca „y a su vez padre del futuro Jaime III„, todas las crónicas medievales apuntan con cierta rotundidad que su vida fue un ejemplo del espíritu caballeresco medieval. De él dejó escrito el cronista Ramon Muntaner, buen amigo suyo, que "aquest era lo mellor cavaller e lo pus ardit que en aquell temps fos fill de rei al món, e el pus dreturer, e el mills ordonat de tots fets". Ferrando de Mallorca nació en 1278, seguramente en la Ciutat de Mallorques. Durante los años, 1278 y 1301, se le documenta en la isla y, en 1302, en Ciutadella de Menorca.

Su infancia „era el tercero en derecho de sucesión al trono mallorquín„ debió discurrir lejos de las preocupaciones políticas de su padre, ajeno a los conflictos y tensiones con sus parientes de la Casa de Barcelona, con el Papa y con el rey de Francia. Ahora bien, a partir de 1304, cuando contaba con veintiséis años, Ferrando dio a entender que no se conformaba con el papel de segundón, pues estuvo involucrado en una conspiración occitana que pretendía desprenderse del yugo del rey de Francia. Recordemos este episodio.

Hacía casi cien años que, tras la batalla de Muret (1213), el destino de Occitania se había decantado a favor del rey de Francia. Inmovilizada la casa de los condes de Tolosa, el liderazgo en el Languedoc había quedado paralizado. Cabía la posibilidad de ir a buscar a quién siempre les había protegido, el conde de Barcelona, pero el pueblo occitano, al igual que no quería un soberano francés, tampoco lo quería hispánico. En cambio, la estirpe de la Casa de Mallorca, siendo rama menor de la Barcelona, tenía corona propia, con dominios importantes al norte de los Pirineos: los condados roselloneses y el señorío de Montpeller. Además, Jaime II estaba casado con Esclarmonda de Foix, miembro de la más alta nobleza occitana y por cuyas venas corría sangre cátara. En este sentido, el testamento de Jaime I, „con la cesión a su segundo hijo de los territorios no peninsulares„ debe entenderse como una última oportunidad de hacer realidad un viejo sueño de la Casa de Barcelona: el dominio de Occitania. De todas formas, a Jaime II ni se le pasó por la cabeza esa posibilidad, ya tenía suficiente con mantener lo heredado por su padre. En cambio, su hijo Ferrando sí tuvo la ocasión y la osadía de intentarlo.

Todo empezó hacia mediados del año 1300, cuando la Inquisición impulsó de nuevo una campaña represiva sobre los elementos occitanos más discordantes con el papado y la corona de Francia. El foco principal de protesta se situó en la ciudad de Carcasona, que estaba liderada por el burgués Elie Patrici, el cual iba acompañado de un franciscano de Montpeller conocido como fray Bernat Deliciós (Delicieux) „compañero de Arnau de Vilanova y de Ramon Llull„. A finales de 1303, llegó a ser tanta la tensión en la región que Felipe el Bello no tuvo más remedio que desplazarse hasta allí. Llegó a Tolosa y de esta ciudad pasó a Carcasona. Allí ninguneó públicamente a Elie Patrici, lo que agravó todavía más la situación. El séquito real continuó hacia Besers y de allí, el 15 de febrero de 1304, se trasladó a Montpeller. Allí le esperaba su primo, Jaime II de Mallorca, soberano de ese señorío y junto a él estaba su hijo Ferrando. En aquel entonces, el infante ya había mantenido, en secreto, contacto con algunos notables occitanos y especialmente con el franciscano fray Bernat Deliciós. De hecho, en los días posteriores, Ferrando recibió secretamente al fraile en el palacio real de Montpeller.

Felipe el Bello, acompañado por Jaime II y Ferrando, se dirigió a Nimes. Allí, a espaldas de los dos soberanos, hubo una reunión conspiratoria. En ella estuvieron presentes, Ferrando, fray Bernat Deliciós, Elie Patrici, Peyre Probi, Guillem de Santmartí, Peyre de Arnauld y otros representantes occitanos. Fue entonces cuando, definitivamente, se decidió organizar una rebelión contra el rey de Francia. Aunque primero se necesitaría la conformidad de las autoridades de Carcasona y de las demás ciudades occitanas importantes. No se tardó mucho tiempo en convocar en la casa comunal de Carcasona, a los consejeros de la ciudad, a los síndicos de Albi y a otros muchos notables del Languedoc. Allí se les dio cuenta de los acuerdos de Nimes con el infante Ferrando, un "jove i animat dels millors sentiments i que mereix la confiança de la gent de bé". Por lo visto, el voto a favor de la sublevación fue unánime. Fue fray Bernat Deliciós, acompañado por otros dos franciscanos, el encargado de llevar la noticia a Ferrando. Tuvieron que desplazarse hasta el castillo de Cós, en Sant Joan de Pladescorts (en el Vallespir), residencia estival de los reyes de Mallorca. Allí, Deliciós le comunicó la decisión tomada en Carcasona: "Els cònsols i els consellers comunals de Carcassona estan decidits a no reconéixer d´ara en endavant l´autoritat del rei de França que no vol actuar contra els inquisidors. Si el, l´infant, es compromet a treure´ls del país, pot anar, ara mateix, a prendre possessió de la ciutat que se li ofereix". El infante Ferrando aceptó enseguida. Carcasona era la llave que le daría el cetro de Occitania. Mientras tanto, Jaime II desde Perpinyà se enteró con todo detalle de los peligrosos planes de su hijo. Sin perder tiempo, se dirigió al castillo de Cós para frenar su osadía. Hubo testigos oculares de la reprimenda que, por lo visto y oído, fue violenta no sólo en palabras pues, al salir el joven Infante de hablar con su padre, parecía turbado y airado, con los pelos revueltos y desordenados: "Faciem multum turbatam et iratam et habebat multos pilos revolutos et sparsos".

Así acabó la primera, que no la última, ventura de Ferrando. Sí fue la última de los conspiradores occitanos, que fueron ejecutados por orden del rey de Francia. Sólo consiguió escapar el fraile Deliciós que siguió denunciando a los domini canes de la Inquisición durante algunos años, hasta que finalmente murió en prisión.