Ponerse en los zapatos del otro. Calzarlo como uno querría que le vistieran sus pies. Pedro Monge iba para periodista solo que acabó, tras licenciarse en Ciencias de la Información en la Complutense de Madrid, en Mallorca. En Camper. Desde el 2003 hasta el 2010. Aprendió marketing y comunicación y amplió después, y ya de vuelta en Madrid, dirección comercial y empresarial. Su aprecio a la piel, a los zapatos, le condujeron a dar el salto en solitario. Monge es la marca de sus zapatos de caballero. Hasta ahora se encontraba en red. Hace unas semanas toma asiento en la plaza del Banc de s´Oli. Los vecinos entran a darle la bienvenida como la mujer que regenta la whiskeria de al lado.

"Esta plaza siempre me ha gustado. Sé que tiene mala fama pero yo creo que en no mucho tiempo va a estar en la ruta. Me gustó desde que la vi", cuenta este treinteañero nacido en Soria. Mientras, en el escaparate se pegan las narices de unos paseantes. Tres zapatos, en colores pastel, descansan sobre una chaise longe. El modelo es el clásico zapato de caballero cordado, muy inglés, solo que luce en rosa palo, o en amarillo membrillo.

"Me gusta darle una vuelta al zapato clásico, mantener sus líneas pero renovar en el color y en detalles. Por ejemplo, añadirle una borla más al mocasín que solo lleva dos. Son pequeñas licencias. El calzado masculino es más conservador. Juego con lo sutil", señala.

La clave también está en el acabado artesanal. Un zapatero de Inca es quien le hace los zapatos que Pedro Monge diseña. "Mi labor es buscar zapateros artesanales tradicionales de la isla y darles una nueva vida", comenta. "Mallorca tiene muy buenos artesanos, fue puntera en piel, y ahora muchos de ellos sobreviven. Yo creo que la fórmula que se debería buscar es ofrecer un producto original con ese acabado artesanal", piensa.

El fuerte en Monge es el zapato para hombres, sin embargo, algún par suelto para mujeres se encuentra. Eso sí, planos y con un diseño muy masculino. No descarta para un futuro elevarlos y ponerles tacón. "Me gustaría", sonríe. Sabe, asimismo, que el riesgo será mayor: "El consumidor masculino suele ser más fiel", cree.

En el local comercial que antes fue librería de temas esotéricos, donde muy cerca estuvo el colmado del autor de obras de teatro Joan Mas, y donde en la barbería Moll se rasuran a cuchilla y tijera, Pedro Monge ha abierto esta zapatería que es propia de barrios como el Marylebon en Londres o Le Marais en París, o el Soho de Nueva York. Todo está cuidado. Con mimo y esmero. Como los zapatos. Los techos altos y el suelo de madera clavado, así como la columna de hierro forjado son herencia; el resto, objetos de coleccionista dejados por su amigo el restaurador Joan Mut; "cosas de casa".

"No tenía intención de abrir local. Vivo en la calle Samaritana, y siempre miré en esta plaza pero sin pensar que acabaría abriendo un comercio aquí. Vendo on-line y a tiendas de multimarca. Me decidí y me he lanzado a esta aventura", cuenta. En el escaparate se refleja la plaza. La vida entra por la ventana y se hace zapato.