Son Rapinya es uno de los barrios extramuros más antiguos y conocidos de Palma. Ubicado en la parte occidental del municipio, hunde sus raíces en las salidas campestres y pancaritats que se organizaban en Palma de inmemorial. Al estar en un lugar tranquilo, elevado, cuyo solar estaba ocupado por un gran pinar de pendientes suaves, y desde donde se podía contemplar una bella vista panorámica que permitía vislumbrar, incluso, la isla de Cabrera, lo convirtió en una de las zonas de recreo escogidas por los palmesanos. Según contó Ignasi Roca Buades (1852-1943) en Mis Recuerdos, fueron famosas las merendolas y caragolades que, hacia mediados del siglo XIX, allí se organizaron. Por aquel entonces, en aquellos parajes, las únicas construcciones existentes eran cases de possessions: Son Puigdorfila (Son Fila), Son Moix Blanc, Son Llull, Son Serra, Son Muntaner, Son Quint, Son Cigala, Son Vida... Concretamente, el barrio de Son Rapinya tuvo como cuna la finca de Son Llull. Roca Buades, que vio nacer y crecer el barrio, abominaba del nombre Son Rapinya -cuyo origen no desveló-, pues "cuando era niño nunca se dijo So´n Rapinya", sino que se utilizaba el genuino de Son Llull.

Joan M. Sabater en el Corpus de Toponimia de Mallorca ya advierte que "nadie se explica la razón de porqué el lugar cambió de nombre [de Son Llull a Son Rapinya]", y también advierte de la existencia de "no pocas conjeturas". Entre todas ellas, continuaba Sabater, "la que parece prevalecer, como más cierta, es que deba nombre tan ingrato, a las repetidas sustracciones o rapiñas a que se veían sujetos los primeros residentes del lugar, los cuales comentarían luego, en tono humorístico, que aquello, «en vez de ser So´n Llull era So´n... Rapinya»". A parte de las denominaciones Son Llull y Son Rapinya, los vecinos del barrio también lo denominaban como Son Sec, por la falta de agua en el lugar, problema que no se solventó hasta 1962, en época del alcalde Joan Massanet.

Con la paulatina llegada de la vida moderna, con el aumento demográfico ocasionado por la industrialización y con la imposibilidad de construir nada a un kilómetro a la redonda de las murallas -debido a la normativa militar vigente-, los terrenos de fincas como la de Son Llull, se convirtieron en lugares idóneos para que las familias llegadas desde la part forana para trabajar en Palma o ciudadanos acomodados, iniciasen construcciones de casas o chalés. De esta forma, en ambos lados de la carretera de Son Vida, a la altura y alrededores de las casas prediales de Son Llull, se fueron construyendo casas.

Entre los primeros pobladores de Son Llull, alias Son Rapinya, se encontraban importantes empresarios como Guillem Puerto, importante industrial; Joan Capllonch; Pere Borràs, secretario judicial; Francesc Estades, alias Creus; Josep Salas Palmer; Joan Pericàs, Aleix Rigo; Martí Pou Magraner, Pere Rullan, Bartomeu Suau, Josep Gamundí..., sin olvidarnos de la familia Cànaves, cuya hija Emilia se convertiría en la madre de Emili Darder, el malogrado alcalde de Palma. En fin, si hacemos caso a los recuerdos de Ignasi Roca, estas familias del siglo XIX pueden considerarse las pioneras de Son Rapinya. Tras la parcelación de Son Llull y la posterior expansión urbanizadora, se fueron integrando al barrio parte de los terrenos de las fincas limítrofes, concretamente las de Son Serra y Son Quint.

Como uno se puede imaginar, la vida en este barrio fue durante décadas muy familiar. Los domingos y festivos se reunían los vecinos y organizaban bailes. En estos encuentros destacaban unas jóvenes payesas -conocidas como las Bunyolenques- bailando boleros. En aquellos tiempos, los vecinos de Son Rapinya, para asistir a misa, debían desplazarse bien a la Vileta, bien al pequeño oratorio conocido como sa capelleta del Sant Àngel en el lindero de Son Serra, o bien a la capilla particular que poseía mosén Ignasi Verger en su casa, situada muy cerca de las casas de Son Llull. Cuentan de este sacerdote que no salía a celebrar hasta que estuvieran presentes todas las familias de costumbre.

Durante años se funcionó así, hasta que el paulatino aumento de la población obligó a plantearse la necesidad de construir una iglesia propia para Son Rapinya. Para llevar a cabo el proyecto, primero se pidió la autorización al obispo, D. Mateu Jaume Garau, luego se buscó el solar, el cual fue cedido (febrero de 1879) por el propietario de Son Quint, Sr. Josep Quint-Zaforteza -don Pep Quint-, y finalmente, se buscó la financiación entre los vecinos. Estos, tanto se involucraron en el proyecto, que un año y medio después, el vicario general, mosén Tomàs Rullan, ya pudo celebrar misa en el nuevo -aunque inacabado- oratorio. De su traza neomedieval y construcción se encargó Bartomeu Ferrà. Este concibió el templo a partir "de tres naves, dándole un aire a catedral en miniatura". Se hizo colocar en el altar mayor el antiguo retablo de San Bartolomé, que había pertenecido al gremio de carniceros. Además, se colocó en el portal lateral del templo el singular altorrelieve de la Piedad, "auténtica reliquia de San Alonso Rodríguez", pues había permanecido en el refectorio del Colegio de Montesión hasta la expulsión de los Jesuítas, momento en que la pieza fue salvada por Ferrà.

Durante muchos años los vecinos de Son Rapinya bajaban a Palma en carros de alquiler. A partir de 1920 se creó la línea de tranvías de Son Espanyolet, Son Rapinya, Son Serra y Son Roca que, por desgracia, desaparecieron en 1958 para dar paso a la línea de autobuses. Son Rapinya se preparaba para dejar de ser un lugar de veraneo y fin de semana, y convertirse en un barrio más de la Palma moderna.