Todos recordamos la historia de Aladino y su lámpara maravillosa. Frotándola, le surgía la posibilidad de los tres famosos deseos. Es una referencia que cada día resulta más presente. Sobre todo cuando vas en autobús, tren o estás en un local público. Todo el mundo sufre el síndrome de Aladino.

La aparición de los smartphones con pantalla táctil ha variado los protocolos corporales. Ahora, contemplas a un montón de gente contemplando fijamente la luz azulada del móvil, mientras desliza el dedo de un sitio a otro. Como si estuviese frotando la lámpara mágica.

Y en cierta manera, así es. El móvil se está convirtiendo en mucho más que un teléfono. Ahora lleva juegos, aplicaciones sin fin, internet, previsiones del tiempo, noticias, mapas con gps, brújula, música, vídeos y miles de cosas más.

El gesto de buscarlas moviendo el dedo ha dejado de ser la forma imperativa del botón. Cuando te bastaba con apretar el número o comando deseado. Con decisión y rapidez. Ahora, la pantalla táctil introduce un factor de variabilidad y duda. Más sensual e imprevisible.

Eso, unido a la gran oferta de posibilidades que ofrecen los aparatos, te convierten en un Aladino tecnológico. Frotando para convocar el genio de lo cibernético, dispuestos a sorprendernos. A formular nuestros deseos y verlos recompensados, si el Android lo permite.

Esos autobuses llenos de gente con la cara azulada por la luz del aparato, muy concentrados, acariciando el teléfono con el dedo, tienen efectivamente algo mágico. Si un hombre medieval pudiera contemplar la escena, probablemente la entendería por completo. Porque es casi una superstición hecha realidad.

Son las nuevas mil y una noches. Pero con tarifa plana.