El infante Pedro de Portugal es uno de esos personajes históricos que suelen pasan desapercibidos. Tuvo cierto protagonismo en los años inmediatos a la conquista de Mallorca (1229), llegando a convertirse en señor de la Isla, Dei gratia regni Maioricarum dominus. Por ello es conveniente repasar, aunque la documentación de la época le haga poco caso, sus datos biográficos.

En 1187 nació el infante Pedro, hijo de los reyes de Portugal, Sancho I y Dulce. Ésta última a su vez era hija del conde de Barcelona, Ramon Berenguer IV, y de Petronila, reina de Aragón. Por tanto, Pedro fue tío segundo de Jaime I (lo que en Mallorca se denomina fill de cosí, siendo su primo hermano el rey Pedro el Católico). Retengamos este parentesco.

Ya de joven, el infante demostró tener un temperamento agitado. Con facilidad hallaba el desencuentro. El primer encontronazo lo tuvo con su hermano, el rey Alfonso II de Portugal, a raíz del testamento de su padre el rey Sancho I. Salió Pedro en defensa de los intereses de sus hermanas ?Teresa y Sancha? y del suyo propio. A propósito de estos hechos de su juventud, relata Damiao Peres: "Vimoslo començar a sua carreira aventurosa per revoltarse contra o rei, seu irmano, pretendiendo vengar os agravios feitos as infantas, suas irmanas". Tuvo que huir a León, convirtiéndose, según la descripción caballeresca de Peres, en un "cavaleyro andante, buscando aventuras para exercitar a sua espada, pondo o seu braço ao serviço dos reis strangeiros, conquistando condados a até reinos". Allí incitó a Alfonso IX a invadir Portugal. No era una idea descabellada, de hecho se inició la guerra entre ambos reinos, pero sus planes se fueron al traste en el momento que los tres Alfonsos (Alfonso II de Portugal, Alfonso VIII de Castilla y Alfonso IX de León) limaron sus diferencias en las treguas de Coimbra, con lo que la situación del infante Pedro quedó en vilo. No le quedó más remedio que tantear otra salida a su penosa situación. Fue entonces cuando decidió, junto a un grupo de caballeros, emigrar a Marruecos. Allí aprendió a respetar a los que no eran de su religión y, aunque la documentación es muy escueta, se sabe que sirvió bajo las armas del emir marroquí. Ferran Soldevila afirma que allí, en África, consiguió un "tresor opulent", sin concretar nada más.

Si poco se sabe sobre su estancia en Marruecos, menos se conoce de cómo llegó a tierras catalanas. Acertó el portugués en acudir al amparo de su sobrino Jaime I. Fue llegar y besar el santo, pues el monarca le propició un matrimonio con una de las damas más ricas y nobles de Cataluña: Aurembiaix, condesa de Urgell. No nos entretendremos ahora en el por qué de este matrimonio, es suficiente saber que esa unión interesaba políticamente al joven monarca catalán. Fue en Valls donde la condesa y el infante de Portugal contrajeron matrimonio, pocos meses antes de llevarse a cabo la conquista de Mallorca. No se sabe por qué razón, pero don Pedro no participó en la campaña militar. De improviso, durante el verano de 1231, la dama Aurembiaix dictó testamento en el cual instituía heredero del condado de Urgell a su marido, contraviniendo así el pacto de Agramunt, en virtud del cual el condado debía ser heredado por el monarca. No respondió el astuto rey Jaime a tal desaire, pero sí pactó con Pedro de Portugal, a espaldas de Aurembiaix, que en el momento en que la condesa muriese, el infante permutaría el condado de Urgell por las islas de Mallorca y Menorca. El rey se reservaba la íntegra potestad sobre los castillos de la Almudaina, Alaró y Pollença (el castillo de Santueri pertenecía a Nuno Sanç). Sin duda alguna, la condesa debió barruntar su muerte, pues falleció a finales del mes de septiembre, efectuándose de inmediato lo pactado por el monarca y Pedro de Portugal. Este convenio instituía en el reino de Mallorca un status de infeudación, temporal, el cual finalizaría al fallecer el infante. A pesar de la pomposa intitulación, Petrus, infans portugalense, Dei gratia regni Maioricarum dominus, en la práctica, el nuevo señor era poco más que el lugarteniente del reino de Mallorca.

Jaime I, aparte de conseguir el primer objetivo, que no era sino el condado de Urgell, parecía que había dado en el clavo a la hora de responsabilizar el mando de Mallorca y Menorca a don Pedro. El infante poseía prestigio político y social, tanto por su ascendencia real ?por sus venas corría sangre de los condes de Barcelona? como por su experiencia y fama de caballero errante. Además, no hay que olvidarlo, el portugués nunca disimuló su respeto por la realidad islámica, mundo que no le era ajeno. Todo ello le acreditaba para gestionar un territorio recién conquistado a los sarracenos, con alguno de los cuales se debería tratar y asesorar, sobre todo en lo concerniente al Repartiment de la isla, asunto primordial en aquellos inicios.

En cambio, por la poca documentación que se maneja, se entiende que el infante de Portugal iba a su aire. Por ejemplo, un año después de tomar posesión de Mallorca, se le encuentra fuera de la Isla. Jaime I, alertado del posible ataque a Mallorca de una escuadra de naves tunecinas, se apresuró a socorrer la isla. El rey enseguida requirió al infante Pedro, aunque éste mostró no poca tibieza en su respuesta. Convocó el monarca a doscientos cincuenta caballeros en el puerto de Salou, con el fin de zarpar hacia Mallorca. Ya estaba todo el mundo embarcado cuando se percataron que faltaba el infante de Portugal y sus hombres. Indignado ordenó zarpar, pero le paró el conde del Rosselló, Nuno Sanç diciendo, „us prega que'l esperets un poch, que aquí es l'infant de Portugal, que vol parlar ab vos, Dix l'infant que era vengut aquí per passar a Mallorques. El rey, a pesar de estar molesto preguntó, „E quants cavallers hi ha hab vos, aquí?, a lo que el portugués respondió „Be n'hi ha quatre o cinc, a lo que el rey Jaime, con las manos en la cabeza, respondió escandalizado, o quizás desesperado, „Déu m'ajut! El rey, el infante y el resto de la mesnada arribó a Mallorca, aunque finalmente el ataque tunecino resultó ser una falsa alarma. Jaime I debió cantar las cuarenta a Pedro, pues el monarca regresó a Cataluña, mientras el portugués se quedó en la Ciutat de Mallorca. Atendía por fin sus obligaciones organizativas del nuevo reino, aunque ello le llevó a tener no pocas trifulcas con el obispo de Barcelona, por la cuestión del repartimiento de las tierras; o con los batles de los porcioneros feudales, por el tema de las competencias jurisdiccionales frente al veguer. También tuvo problemas serios con el reparto de las aguas de la acequia de la ciudad que afectaba tanto a los huertos como al suministro de agua dentro de la ciudad. Incluso tuvo sus más y sus menos con el linajudo Nuno Sanç y con la incipiente Iglesia de Mallorca por el tema de los diezmos. Por supuesto, también hubo aciertos. Por ejemplo, él creó la Quartera, cuya plaza todavía existe, o restableció las relaciones comerciales con los genoveses, otorgándoles ciertas prerrogativas.

En 1235, tras la conquista de Ibiza, el infante, aunque seguramente no participó en la campaña de la isla pitiusa, se convirtió en uno de sus tres porcioneros feudales. A pesar de tener documentadas estas actividades, Pedro de Portugal debió continuar yendo a lo suyo, y por lo que se ve estuvo largas temporadas ausentado de Mallorca. Sea por esa falta de interés por el reino insular, sea por su fracaso en la gestión del reino, sea por otra causa desconocida, en 1244, Jaime I tramitó una permuta nuevamente entre ambos. El conde-rey recuperó las islas -excepto Ibiza, en donde las cosas continuaron igual que estaban- a cambio de otorgar el señorío de algunas villas castellonenses al infante de Portugal. A partir de aquí empezó un nuevo período para don Pedro de asedios, batallas e intrigas en las cortes de las diferentes monarquías hispánicas. O guerreiro infatigavel, así le denomina para esa época el historiador Damiao Peres.

Finalmente, fue a principios del verano de 1254, después de un período en que ambos habían estado enfrentados, cuando Jaime I y el infante de Portugal firmaron su tercera permuta (concanvi), en virtud de la cual el monarca le volvía a otorgar, entre otras cosas, el dominio sobre el reino de Mallorca. Prestó homenaje don Pedro a Jaime I y a su hijo Jaime, futuro Jaime II de Mallorca. Al regresar a la Isla, el infante de Portugal tenía la edad de 67 años. Fue en la iglesia de Santa Eulalia, el 14 de octubre de 1254, donde juró ante Ramon de Torrelles, obispo de Mallorca y los jurados, las franquezas y privilegios del reino. Justo un año después, don Pedro de Portugal testó disponiendo que le enterraran en lo que denominó la catedral, que en aquellos momentos no era sino la antigua mezquita reconvertida en el principal templo cristiano. Legó un anillo al obispo de Mallorca, el resto de sus joyas a su hermana Mafalda y entregó todas sus armas a la orden del Temple. Falleció en la Ciutat de Mallorca en 1256. Quiere la tradición que sus restos descansan en la capilla del Santísimo de la Seu (capilla ´de Miquel Barceló´), pero la verdad es que no hay ni rastro.