¿Es posible que en una de las plazas más pequeñas de Palma se contengan retazos de biografías de gigantes? En un metro cuadrado se condensa una vida. Del grito de un hombre clamando justicia social en el levantamiento de los agermanats en el siglo XVI, Joan Crespí, pelaire de oficio, a Joanot Colom, el motor de las germanías que fue troceado y repartidas sus carnes por la ciudad. Muy cerca y cuatro siglos después se escucharon los pasos fugaces de unos huéspedes de letra y trazo, Julio Verne y Gustavo Doré, alojados ambos en la Fonda del Vapor.

"... uno se los podía imaginar entrando o saliendo de la Fonda del Vapor con sus largas barbas, levitas y sombreros de copa. Porque así viajaba la gente en la época de aquellos personajes", escribe Màrius Verdaguer en La Ciutat Esvaïda.

En esa misma plaza y ya contemporáneos estuvo el hotel Capitol, del que recuerdo su mesa de mandos que así me parecía a mí cuando veía a las operadoras meter y sacar los cables del teléfono, aquellas clavijas que eran como los pulpos de 20.000 leguas de viaje submarino, ahora que lo pienso. Hoy en su lugar una dependencia oficial, del Govern.

En el óvalo donde se escucharon los ecos de hombres barbados como narra con maestría Verdaguer estuvo la joyería y relojería Gregory, hoy sede bancaria. A medida que avanza el tiempo, la del Rosario se ha convertido en metáfora del siglo XX-XXI, del pentagrama musical al dinero, en moneda o en mercancía suntuaria.

En días de fiesta, el encuentro de Santo Domingo y Correos es la alegría de los niños. La recorren en patinete y en bicicleta y la plaza del Rosario recupera el eco lejano de cuando la chiquillada hizo del solar donde viviera el ajusticiado Joanot Colom su feudo de correrías. La hierba de solares urbanos siempre fue aliada de la canalla.

A los pasos literarios de Verne y de la orfebrería del aguafuerte de Doré sumarles las conversaciones, los conciertos, las chanzas y las veras de los reunidos en el llamado Salonet Beethoven, fundado por Antoni Noguera y Josep Tous Ferrer, de entre todos los que por allí pasaron subrayar a Baltasar Samper, autor de la Suite Mallorca. Siendo jóvenes él y Verdaguer pidieron entrar en el salón. Éste último describe el las "barbas espléndidas" de barbados como Bartomeu Amengual, Miquel dels Sants Oliver, el pintor Antoni Gelabert, el maestro Torrandell, Joan Alcover y otros más insignes peludos. Se le escuchó a Enrique Granados.

La musicalidad llegó también atravesando los balcones de las casas. Allí vivieron Antoni Piña, Jordi Fortuny y Josep Casasnovas. En la casa del médico Julián Álvarez se recogían acordes, timbres y gorgoritos. Hoy se escuchan ritmos turcos y latinos en el segundo piso de un edificio puente, el del arquitecto Alcover.