Ana Karenina con un clavel fue clave en el desenlace de El bazar de las sorpresas. El maestro Ernst Lubitsch regaló al mundo una joya que es casi un arabesco. En una tienda de comestible de Budapest transcurre la acción.En la calle Sant Jaume, desde este ya lejano mes de junio, han abierto una caja de sorpresas. Le han puesto La Mirona. Te mira bien y se deja mirar si te atreves a franquear los tres peldaños que te remontan a un túnel de suculencias.

"¿Por qué no llamarla así? Me gusta el nombre y es casualidad o no pero es muy mirona, y se deja ver si alzas la cabeza. Además es multilenguas. No necesita traducción", explica Pedro Armengol. Este "mallorquín catalán", que lleva más de treinta años viviendo en la isla, ha certificado su "ilusión", abrir un colmado en el que no solo te puedes llevar el producto sino que puedes comértelo en el acto. Muy a la catalana, un poco hermano, o quizá primo segundo del veterano Can Raspell de la calle Aragón en Barcelona, La Mirona te ofrece productos artesanos de alta gama.

Productos de primera que se van viendo a medida que te introduces en esta especia de túnel, bazar, cajón de sastre del paladar, al que acuden desde sus inicios gentes de las artes. Pintores como Pep Llambías, galeristas como Xavier Fiol y Bernat Rabassa, arquitectos y políticos como Jaume Carbonero o coleccionistas como Jaume Llinás han caído en la pupila de La Mirona. "Las patatillas de Soria son una tentación", dice el pintor Llambías. "Este es el local que me gustaría abrir", añade.

La elección de vinos, aceites, condimentos, conservas revela al que trabaja con celo. Basta ver como el que fuera durante tantos años agente comercial en negocios de moda prepara un bocadillo, ¡pero no uno cualquiera, exquisitos como el del sobrassada de Porreres con pera y queso. Puede dedicarle cinco y hasta diez minutos largos, el tiempo que puedes emplear en leer el espejo caligrafiado con tinta blanca o en ver los dibujos de su hijo Gerard , cuya obra se puede ver actualmente en la colectiva Oh!, dibuix en la galería Ferran Cano y que ganó el Ciutat de Palma años atrás.

A La Mirona uno puede entrarle por un vermut o para refrescarse con una moritz, la cerveza catalana del siglo XIX, o para bebérsela con una Elvirita, cava, vino blanco y vermut, o un Santi, cava con moscatel, ambos homenajes a los amigos que dan nombre a estos cócteles.

A partir de muebles reciclados -un banco de carpintero es el obrador principal y una caja de embalaje de cuadros es un mostrador- se articula este lugar que fue vivienda y galería de arte. Llevaba años cerrada. Unos cuadros de pequeño formato de Carmen Cañadas acompañan la tertulia que se monta alrededor de una mesa mallorquina que Armengol encontró en la calle. Un sevillano le llegó a decir, no se sabe si achispado o barroqueño él, que era "La tienda más bonita del mundo". Armengol le dijo, "¡No te pases!". El sevillano sentenció: "Es hermosa y tiene poesía". Como El bazar de las sorpresas...