La historia marítimo-naval, por desgracia, es una gran desconocida. ¿Se puede entender la historia de España, sin conocer a personajes de la talla de Blas de Lezo, Álvaro de Bazán, Antonio de Oquendo, o Antoni Barceló?, por citar unos pocos. Y a parte de sus personajes, también están las batallas navales „Lepanto (1571), Isla Terceira (1582) Cartagena de Indias (1741), Santa Cruz de Tenerife (1797), entre otras„, las rutas comerciales y los puertos. ¿Pueden prescindir las ciudades de la historia de sus puertos? Barcelona, Ferrol, Cartagena, Cádiz, Gibraltar, Mahón, Palma... Los puertos no fueron siempre espacios inaccesibles con aspecto de campos de concentración de contenedores o plataformas en las que dormitan yates enfundados en grandes plásticos. Hubo un tiempo, no hace tanto, que fueron lugares llenos de vida, en los que los lugareños se mezclaban con otras gentes venidas de medio mundo. En los muelles se contactaba con el exterior y desde ellos salían y llegaban alegrías, penas... y miedos, pues en ellos se concentraba una parte importante de la vigilancia y defensa costera.

En el caso de Palma, en la larga e importante historia de su puerto, uno de los lugares más destacados es la ensenada de Portopí, considerada por el Gran i General Consell como "un semblant joyell de aquest reyne". Seguramente, la utilización de este lugar como puerto natural, que antiguamente penetraba mucho más tierra adentro, se remonta a los mismísimos inicios de la navegación del hombre por el Mediterráneo. El topónimo de la ensenada aparece escrito por primera vez, en latín, a inicios del siglo XII, en el conocido poema Liber Maiolichinus, de Enrico Veronés: "Entretanto envían dos galeras hacia el puerto de Mallorca „el cónsul Lamberto, hijo de Huberto está en ellas„ y llegan veloces al puerto que tiene el nombre de Pino", portum pini, en el texto latino. Portopí fue un puerto refugio, utilizado durante las épocas en que había más probabilidades de temporal. Así se lo explicó Pere Martel al rey Jaime I, cuando preparaban la conquista de la Isla: "En la primavera y en el estío, todos los leños y naves se detienen y están ante la Ciudad como a una milla; pero, en otoño, se van al puerto, que se halla como a dos millas y media de la ciudad y tiene el nombre de Porto Pi". Esta ensenada está protegida de la tramontana por un altozano que recibía el mismo nombre que el puerto. Desde allí Jaime I recordó haber visto por primera vez la ciudad de Palma: "Nos fuimos, poco a poco, hasta la cumbre de la sierra de Porto Pi y vimos Mallorca [se refiere a la ciudad de Palma] y nos pareció la más hermosa ciudad que jamás habíamos visto, yo, y los que con Nos estaban".

En la crónica de Desclot se nos habla por primera vez de unas torres que flanquean la ensenada: "E les naus e els llenys plans feeren vela atressí e qui mills poc ana-se´n vers la Ciutat, tant que foren a Portopí e preseren les torres e tot quan hi fo, e entraren al port e ormejaren-se aquí". De esta forma queda constatada la existencia de unas torres en Portopí en época islámica. Por la documentación de años posteriores, sabemos que llegaron a haber hasta cuatro torres en Portopí, dos en cada lado de la rada. En la ribera más meridional se ubicaban la Torre del Faro y la Torre de las Señales, mientras que enfrente se situaban la Torre Sarrahinesca o de la Cadena „hoy denominada de Peraires„, y la de Sant Nicolauet, por encontrarse en los aledaños del oratorio del mismo nombre. La Torre del Faro estaba ubicada en la loma dónde hoy se encuentra la fortaleza del castillo de San Carlos. Según el historiador Francisco Sevillano Colom, se debió construir a finales del siglo XIII. Se trataba de una torre coronada por una linterna de combustión de aceite. Al poseer vidrieras, era la torre que requería mayor cuidado, pues cualquier rotura acababa apagando las fulgurosas llamas, dejando sin guía a los navegantes. Se tiene documentado algún que otro desmán por parte de la chiquillería que ensayaba su puntería sobre las vidrieras del faro. Sin duda, eran unos incautos pues romper vidrios del faro conllevaba durísimos castigos, llegando a poder ser condenado a la horca quien rompiese los cristales durante la noche. Este faro fue derruido en 1613, al tenerse que construir en su lugar la mencionada fortaleza que debía vigilar y defender el puerto y la costa de Cala Mayor e Illetas. Con la potente artillería que se iba a alojar en sus terrazas, al primer cañonazo, se hubiesen roto todos los cristales del faro. Por ese motivo, la linterna se trasladó a la cima de la Torre de Señales, o de Portopí. Esta torre, que flanquea uno de los lados de la ensenada, tenía la función de indicar si había barcos a la vista. Para ello, el torrero tras otear el horizonte, realizaba señales izando bolas negras y gallardetes a unas antenas o vergas de la torre. Existía un lenguaje de signos a partir del cual, con un simple vistazo a la torres, uno sabía por dónde y que tipo de barco se acercaba al puerto. Enfrente de la Torre de Portopí, flanqueando el otro extremo de la bocana, se encuentra la Torre de Peraires. Es sabido que entre ambas torres se colocaba una cadena que cerraba el puerto. Esa cadena está documentada en la temprana fecha de 1249. Sabemos que se colocaba de noche o en situaciones de amenaza. Solía estar hecha de hierro y madera, para que no pesase tanto, y si a veces fue de hierro se le tuvieron que repartir en diferentes tramos unos maderos a modo de flotadores. Su peso era tal que se tensaba con un cabestrante. Las torres de Portopí y de Peraires también tuvieron las funciones de cuarentena. Poco se sabe de la torre de Sant Nicolauet y parece ser que a finales del siglo XV ya había desaparecido.

Juan Pou Muntaner, a quien tanto debe la historia marítima balear, nos recuerda que con las mejoras del muelle de Palma realizadas en el siglo XIX, Portopí dejó su categoría de puerto para convertirse en uno de los más recomendados rincones veraniegos de Palma. Por desgracia, la ensenada vio turbada su tranquilidad con la construcción de una industria de fertilizantes y con la instalación de los depósitos de CAMPSA, ya en el siglo XX. Por suerte, la Marina acabó instalándose en Portopí. No somos pocos los que todavía nos acordamos de la antigua ensenada repleta de dragaminas de la Armada.