Como era de esperar en una sociedad rigurosamente estamental como la mallorquina, la llegada de esa oleada de refugiados, un acontecimiento del que no se tenían precedentes, no fue acogida de la misma manera por todos los palmesanos y palmesanas. De todas formas, se puede decir que, en general, los mallorquines no demostraron un gran interés en mezclarse con los forasteros. Esta realidad se pudo apreciar, sobretodo, al principio de la ola inmigratoria. Quizás, el primer aspecto diferenciador que saltaba a la vista entre los dos grupos, era la forma de vestir. Los mallorquines, en todos sus estamentos, vestían con el traje local.

Miquel dels Sants Oliver, decía que "las mujeres, así en la capital como en el campo, usan el mismo traje, desde la marquesa de más campanillas hasta la última criada, dentro de la casa y en la calle (€) el jubón negro y la falda, blanca o negra para las personas de distinción, y de indiana para los menestrales y gente de servicio". En cuanto a los hombres, éstos vestían más modestos "casaca con solapas, calzón, medias y zapato con hebilla. Algunos ancianos conservan la peluca y el sombrero de picos".

Hay que reconocer que la presencia de los peninsulares, entre los cuales, algunos, ya habían asumido como propia la moda francesa, provocó el relajamiento en el uso del "traje medieval" de los isleños. Por otro lado, el refinamiento, elegancia y desparpajo de algunas damas forasteras, pronto provocaron el interés de las mallorquinas, las cuales no tardaron en reaccionar. Un tropel de sastres y modistos, peluqueros, sombrereros, los cuales formaban parte de los refugiados recién llegados a la Isla, empezaron a trabajar para modernizar a las palmesanas más atrevidas. En las calles de Palma, poco a poco, fue triunfando la gracia y la desenvoltura frente a la discreción y el recato, tan característicos de las féminas de la Isla. Pero con la misma rapidez con que reaccionaron algunas jóvenes ciutadanes, lo hicieron los vigilantes de la moralidad, los cuales no podían dar crédito a la transformación social que se estaba desarrollando ante sus ojos. Nada mejor para entender la mentalidad de la época que la lectura de la Proclama espiritual por un sacerdote que desea la salvación de la patria, publicada en las páginas del Diario de Mallorca de aquella época: "Mientras la guerra nos azota las muchachas no piensan más que presentarse en todo lugar profano o sagrado, con el aire de mujeres públicas y abandonadas... Una tropa de jóvenes corre por las calles y paseos llenándolos con los ejemplos de su libinidad. El color y la delgadez de los vestidos, que figuran el cuerpo torpemente; la posición desvergonzada e infame de las manos; lo ceñido del traje en las mujeres; el señalamiento de sus miembros; los calzados provocativos y brillantes; la desnudez de brazos, pechos y espaldas; los artificios vergonzosos para abultarlos; las aberturas del vestido deshonestamente colocadas, hacen que se haya llegado al extremo de ser el vestido más afrentoso que la desnudez".

Entre los hombres también se notaban las diferencias. Entre los refugiados hubo muchos clérigos y laicos del sector más conservador. Miquel dels Sants Oliver los describió como "la población rancia y tradicional, apegada a las viejas costumbres y modo de vestir, reacia por sistema a toda novedad, buena o mala". Estos refugiados fueron acogidos por la nobleza y el sector más conservador de la Isla.

En cambio, también llegaron a Palma un tropel de militares españoles y extranjeros que vestían a la "gabacha" y dedicaban su tiempo al juego, al vino y a las mujeres. Por las noches, en los caserones blasonados con la heráldica de más abolengo, se mantenían reuniones descontaminadas de las nuevas costumbres. En sus altos salones el patriciado se arremolinaba junto a los braseros y comentaba, con no poco escándalo, los sucesos del día, la perversión de las costumbres, de los felices tiempos pasados. Se celebraba el chiste de turno del Diari de Buja, se manifestaba, con gran disgusto, la retirada de los retratos de los judaizantes expuestos en el claustro del convento de Santo Domingo, o se murmuraban las últimas noticias sobre las conspiraciones para destruir las Cortes de Cádiz y su obra.