Ahora que se están preparando exposiciones y celebraciones en sendas orillas del Atlántico para conmemorar el tricentenario del nacimiento de Miquel Josep Serra Ferrer, conocido como fray Junípero Serra, conviene recordar algunos datos biográficos de este ilustre mallorquín, tan conocido y querido en California.

Miquel Serra nació en Petra el 24 de noviembre de 1713. Fue el tercer hijo de Antoni Serra y Margalida Ferrer, matrimonio de campesinos, honrados y devotos de san Francisco de Asis. Los Serra Ferrer eran conocidos por el malnom (nombre popular o apodo) de Dalmau, nombre catalán de origen medieval. En Mallorca, al repetirse mucho los mismos apellidos con distinta consanguinidad, se utilizaron mucho los apodos, precisamente para distinguir unas familias de otras. Miquel Serra nació en una humilde casa de la actual calle California. Esa construcción corrió la misma suerte que otras casas natales de personajes ilustres de la isla (la de sor Tomassa, junto a la rectoría de Valldemossa o la de Ramon Llull en la actual plaza Mayor de Palma), pues fue derruida durante el mes de febrero de 1930. Cuando Miquelet Dalmau contaba con la edad de seis años, la familia se mudó a la calle del Barracar Alt. Allí vivió su familia definitivamente. Allá por el año 1932 el Rotary Club compró la casa solariega del padre Serra y se la regaló al Ayuntamiento de San Francisco (EE UU). Esa situación duró hasta 1981, momento en que una nueva ley norteamericana prohibió que las corporaciones locales poseyesen propiedades en el extranjero, por lo que la casa de Petra pasó a depender de la Fundación Casa Serra. Desde entonces, junto con la Asociación Amics de Fra Juníper Serra, propietarios del museo adyacente, la conservan.

Desde my pequeño, Miquel Serra frecuentó el convento franciscano de Sant Bernadí de Petra. Allí aprendió latín y destacó en canto, llegando a formar parte de la escolanía del coro franciscano. Pronto demostró sus dotes para el estudio, especialmente en el campo de la filosofía, por lo que cumplidos ya los 15 años, seguramente aconsejado por los frailes menores de Petra, se trasladó al convento de Sant Francesc de Palma. Allí se hizo cargo de él un beneficiado de la Catedral, seguramente de Petra, aunque la documentación no nos saca de dudas. Cada día ayudaba como escolanet en la misa diaria que celebraba el beneficiat en la Catedral, mientras que el resto de la jornada lo dedicaba a estudiar en el convento de Sant Francesc. En aquella época también formó parte del coro catedralicio, el cual participaba en las principales solemnidades (Corpus, Pascua, sant Sebastià€).

En ese primer año de noviciado aconteció la primera de toda una serie de contrariedades que irían apareciendo a lo largo de su vida. Me refiero a las trabas que encontró el joven petrer cuando se presentó ante el provincial de los franciscanos, fray Antoni Perelló, para que le fuese investido el hábito. Desde el primer momento Miquel Serra se percató de que el provincial le ponía trabas para la investidura. Algunas voces han insinuado que la causa de esa actitud fuese una supuesta ascendencia de esclavos manumitidos de origen moro, procedentes de Pollença, por parte del joven Serra. Aunque lo que posiblemente provocó los recelos del Provincial fuese el ascendente judío que le venía por parte de su abuela materna. En las primeras décadas del siglo XVIII, todavía quedaba en la memoria colectiva de Petra el recuerdo de su antepasado Antoni Abraham, alias "Isaac", que había vivido en el pueblo cien años antes.

Pese a los recelos iniciales de fray Antoni Perelló, finalmente accedió a la investidura de Serra. El 14 de septiembre de 1730, en el convento de Jesús (actual hospital psiquiátrico) se impuso el hábito al joven petrer. Un año después, en ese mismo convento, profesó. Fue entonces cuando Miquel Serra adoptó el nombre de Junípero Serra, en honor del compañero de san Francisco de Asís. En ese momento se trasladó al convento de Sant Francesc y allí empezó los cursos de Filosofía. Entre los profesores que tuvo el padre Serra, se encontraban el dominico Pere Vaquer, fray Bernadí Castelló y Joan Pol.

Pronto destacó en los estudios, lo que provocó que su carrera académica y eclesiástica fuese sobre ruedas. En poco tiempo recibió la tonsura y las órdenes menores (1731), el subdiaconato (1734), el diaconato (1736) y finalmente, un año después, el sacerdocio. El padre Palou, su biógrafo y amigo, cuenta que poco antes de ser ordenado, los superiores lo eligieron como lector en Filosofía, en las clases del convento de Sant Francesc. A finales de 1737 opositó e ingresó en el cuerpo de profesores de la provincia, como lector de Filosofía. En 1739 fue nombrado bibliotecario de la librería conventual, una de las más importantes de aquella época. En 1742 se doctoró en Teología, y un año después, fray Antonio Perelló, aquel que años antes le había puesto impedimentos para ingresar en el convento, le eligió como catedrático.

Pronto, también destacó por su oratoria. Sus sermones en diferentes iglesias de Palma y de la part forana, le fueron otorgando cierta fama y respeto entre los ambientes cultivados de la ciudad, convirtiéndolo en uno de los intelectuales más importantes de su época.

En esos momento, fray Junípero vio que había alcanzado los objetivos con los que siempre había soñado, motivos suficientes para estar satisfecho y en paz consigo mismo. Ahora bien, fue ante ese escenario de plenitud intelectual y espiritual cuando Junípero Serra sufrió un gran desengaño. ¿Crisis espiritual? ¿algún acontecimiento que le afectó profundamente? Es un misterio. Lo que sí se sabe, es que ese gran desengaño le hizo tomar la decisión más importante de su vida: convertirse en misionero. El desengaño se produjo en 1748. Un año después, desde el puerto de Cádiz, zarpaba, junto con otros diecinueve franciscanos, rumbo a México. Allí le esperaban no pocas aventuras que se inscribirían con letras de oro en la historia americana, llegando a convertirse en uno de los padres de la patria de Norteamérica.