Los vecinos recuerdan la estampa de aquella sartén con el aceite hirviendo en el que se iba depositando la masa de harina de los buñuelos de viento. Era tiempo de vírgenes. Era noviembre. En la plaza del Cardenal Reig la chocolateria de Can Tomeu dejó una mordida al recuerdo casi insultante. Vivimos tiempos de abrir y cerrar.

No pudo tener mejor baraka Eric Strobel al pisar la planta baja del edificio casi centenario. "Llevaba tiempo buscando y cuando entré aquí sentí un escalofrío. Supe que era lo que estaba buscando". No está describiendo el encuentro con la amada, aunque con los lugares, con los espacios, con las piedras, se fraguan historias de amor inmemoriales. El local, de hecho, "tenía muchos pretendientes", señala Erik.

Nacido en Estrasburgo, ha querido rendir homenaje en su negocio a "mis dos patrias", la francesa y la mallorquina. En la isla lleva dos años, a los que debe sumarse dos décadas que pasó en Tenerife. "Era joven y quería conocer mundo. España me apetecía especialmente por su cultura", comenta. De isla a isla, en la primera trabajó como vendedor de pisos de multipropiedad, "muy duro", y después pasaría a conocer la cara del turismo en chiringuitos de playa. Con 39 años se plantó en Palma. Trabajó en el colegio Sagrat Cor como ayudante de cocina y después en la cafetería y comedor de Son Noguera en Globalia para la empresa Eurest. De la mano de un piloto de Air Europa, que montó el restaurante 801, aprendió aún más los entresijos del negocio. Tuvo muy claro que quería montar el suyo propio y dejar de trabajar por cuenta ajena.

Sin embargo, quería visar su pasaporte. Durante un año viajó por buena parte de países asiáticos, de Thailandia a Indonesia. Sin hacerle ascos a América, se dejó caer en la Gran Manzana, el único destino donde no pudo vivir en "plan mochilero". "Quería conocer distintas formas de vivir. En Asia aprendí que con menos son más felices que nosotros aquí en Occidente", comenta el francés.

Una reforma que ha restado tabiques y ha mantenido los suelos de baldosas hidraúlicas de principios del siglo XX le ha permitido a Erik disponer su negocio con distintos espacios, uno incluso más recogido donde leer sentado en butacas de orejas. Una foto gigante en blanco y negro otorga la impronta parisina. "No quería utilizar alguna de las gárgolas de Notre Dame que son un tanto agresivas. Elegí esta porque mira al horizonte", relata el propietario. La Torre Eiffel a lo lejos es lo que él quería. "Me apetecía que se viera como una ventana de París", añade. Durante la reforma, que ha durado cuatro meses, contó con la ayuda de su sobrina Amandine Gaudy, de paso por Mallorca para aprender español.

En 2Terres se servirán tapas, pinchos y tres o cuatro platos franceses que cocinará Eric Strobel, aunque él se reserva su lugar en la terraza. "Me gusta el trato con la gente". En los fogones estará Rita.

Asume el reto, que algunos tildan de suicida, con ánimo. "Era mi ilusión y por una ilusión hay que pelear, luchar. Me gustó mucho el local, y aquí estoy", dice, aún con algunos detalles por rematar. No habrá buñuelos pero mantiene el viejo letrero de la chocolatería del Cardenal Reig.