La sede del Consell de Mallorca, que hasta 1979 lo fue de la Diputación Provincial, hunde sus raíces en la Constitución de 1812, de la cual este año conmemoramos el bicentenario. Esta Carta Magna es considerada la primera reforma moderna de la administración pública de España. Precisamente, la Constitución de Cádiz es el germen de las diputaciones, que para el caso de Mallorca, tenía un claro precedente en una de las instituciones del antiguo reino de Mallorca: El Gran i General Consell. Esta institución había sido creada por Sancho I de Mallorca en 1315 y su funcionamiento perduró durante siglos, hasta que fue suprimida –en 1718– tras la Guerra de Sucesión. Fue entonces cuando, al despuntar la aurora de un nuevo siglo que decididamente se despedía del Antiguo Régimen, aparecía la Diputación en la isla. Durante los primeros tiempos, su vida institucional fue intermitente, muchas veces a la deriva, causada por una convulsa actividad política que desgraciadamente marcaría todo el siglo XIX. En principio, la institución no era sino un órgano consultivo al servicio del gobernador civil. En 1840, esta institución, que hasta entonces no había dispuesto de sede propia, se instaló en el exconvento de San Francisco de Palma –el cual había sido desamortizado en la década anterior–. En los cincuenta pasó a Can Serra de Marina –hoy desaparecida– , en la calle Concepción. La Constitución de 1869 significó un fuerte impulso para la Diputación, ya que otorgaba nuevas competencias que reforzaban su poder y autonomía.

Con el fin de acabar con la cansina situación de tener una sede eventual, en 1870 el consistorio palmesano cedió a la Diputación el edificio que hasta hacía pocos años había sido la prisión. Se trataba de un edificio –situado en uno de los laterales del Ayuntamiento– cuya construcción –de mediados del siglo XVIII y realizado por el ingeniero militar Joan Ballester i Zafra– a penas pasaba de los cien años de antigüedad, y que a su vez había substituido el antiguo edificio de la prisión –del que no sabemos nada– que databa, por lo menos, del siglo XIV. En este edificio heredado por la Diputación, sobresalía la funcionalidad por encima de la estética. La composición en planta del edificio era la tradicional: articulación de los diferentes cuerpos arquitectónicos a partir de un patio central. La fachada era sobria, con ventanas colocadas simétricamente y configuradas a partir de un acceso central. El conjunto respiraba un aire cuartelero.

En su reciente estudio sobre la historia de este edificio, el historiador del arte Marià Carbonell, nos recuerda que nada más recibir el inmueble, el arquitecto provincial, Antoni Sureda i Villalonga, realizó una intervención epidérmica, destinada a poder acoger con prontitud las oficinas y despachos de la Diputación. Era evidente que esa pequeña remodelación era del todo insuficiente, por lo que en 1876 se proyectó una segunda reforma, ahora firmada por el nuevo arquitecto de la institución, Joaquín Pavía y Berminghan. En un primer momento, Pavía no manifestó la necesidad de construir un nuevo edificio, por lo que se limitó a proyectar una segunda reforma destinada, sobretodo, a habilitar un salón de actos y dignificar los despachos. No debió quedar satisfecho el arquitecto vasco, pues en 1881 decidió actuar contundentemente en toda la fábrica, tanto en exteriores (fachada principal) como en interiores. Fue a partir de esta nueva intervención que se rehizo todo el edificio.

Para el diseño de la nueva fachada, Pavía tenía claro que no debía competir con la vecina del Ayuntamiento, de estilo "renacentista". Por ello, en un primer momento diseñó una fachada de estilo neogriego, muy en la línea del edificio del Banco Balear (Miquel Rigo, 1871) –lo que poco tiempo después sería el Banco de España– y de la antigua sede del Crédito Balear –actual conselleria de Economía–. Seguramente, la intervención de Pavía en la Lonja de Palma, fascinase al arquitecto provincial y provocase su cambio de proyecto en el edificio de la Diputación: la propuesta de edificio neogriego, fue cambiada por uno nuevo de fachada neogótica. De hecho, la principal fuente de inspiración en el diseño de la fachada del Palacio de la Diputación es, sin lugar a dudas, la Lonja palmesana, sin que ello sea obstáculo para reconocer otras fuentes provenientes de otros modelos existentes entre los múltiples ejemplos del estilo ojival. Quizás el portal de acceso sea el elemento menos habitual del gótico local, tal como recuerda Carbonell. Por cierto, la puerta de acceso, conserva unos de los herrajes más espectaculares que se puedan observar en Palma.

En 1882 se aprobó el proyecto de la nueva fachada, pero en 1884 Joaquín Pavía regresó a San Sebastián, tomando el relevo el arquitecto provincial interino, Joan Guasp. Por tanto, fue éste último el principal responsable de la construcción de la nueva sede. Así como la fachada lleva el sello de Pavía, Guasp dejó su huella en el interior del edificio, especialmente en uno de sus elementos más llamativos, la escalera principal. Ésta, sigue la traza de las escaleras imperio –muy en boga en aquella época–, con una balaustrada con claustras de estilo gótico, inspiradas en las de las casas medievales de la ciudad –y de las que hoy en día nos queda tan solo un ejemplo: Can Oleo–.

Sería interminable entretenerse en cada uno de los detalles arquitectónicos y mobiliarios del edificio: los vitrales, las columnas, los artesonados, los bancos –profusamente tallados– del salón de plenos, las pinturas y dibujos de temática historicista, realizados por Fausto Morell… todo el conjunto se puede considerar como un homenaje al modelo constructivo y decorativo de la arquitectura tradicional de Mallorca.