Desde los orígenes de la Humanidad, la música ha acompañado a las personas en los diferentes ámbitos de sus vidas. En la Edad Media, especialmente con el resurgir de la cultura cortesana, aparecieron en Europa los juglares –de jocularis, es decir, juego (joc) –, que no eran sino encargados de animar las veladas de los señores feudales, con música, cánticos, bailes y otros muchos espectáculos como comedias, muestra de animales exóticos... Por otro lado, en las fiestas y celebraciones del pueblo llano siempre hubo personas –normalmente de vida relajada– que las animaban con sus canciones y música, muchas veces entremezcladas con humor sarcástico o picante, es decir, recogían las características que suelen definir el sentir popular. Parece ser que en nuestro ámbito cultural catalano-occitano, muy pronto se fue diferenciando entre trovadores y los juglares. A los primeros se les consideró más cercanos al entorno de la nobleza y a un arte más refinado y cultivado. Los segundos, en cambio, paulatinamente, se fueron identificando con la cultura popular burlesca y bribona, con lo que se fueron ganando los recelos de algunos sectores de la sociedad, especialmente entre los elementos de la jerarquía eclesiástica.

Desde el mismo momento de la conquista de 1229, los juglares y trovadores habitaron la isla. Como es sabido, hasta el propio Ramon Llull hizo sus pinitos trovadorescos durante su juventud. Para los actos más solemnes que iban surgiendo en el nuevo reino, se contrataban a juglares para que hiciesen sonar sus xeremies, timbales, flautas y otros instrumentos. Es el caso de Bernat Pujol, juglar de Alcúdia, que, según un documento publicado por Rotger y Alonso, en 1428 cobraba "sis sous per anar a Ciutat [Palma] ha hon fou tremès per los jurats [los jurados de la Ciudad y Reino] proppasats per fer vanir los juglàs per la festa de Sant Martí". Era cosa normal que tanto los reyes de Mallorca, como los Jurados y consellers del Reino, como la jerarquía de la Iglesia, reclamasen los servicios de los juglares que estaban repartidos por los pueblos de la Part Forana para poder concentrar en la capital un buen grupo de músicos, con el fin de que participasen en los actos solemnes.

En el siglo XIV, en el ámbito de la Corona de Aragón, a estos músicos más institucionales se les empezó a llamar ministrils, seguramente para diferenciarse de una vertiente más informal: los juglares. En cambio, en Mallorca, se siguió utilizando durante toda la Edad Media la denominación de joglar para referirse a los músicos que eran contratados para asistir a las solemnidades.

Curiosamente, y a pesar de la constante participación, desde el siglo XIII, de los músicos en la vida de las celebraciones isleñas, no fue hasta el año 1595 que éstos se institucionalizaron, ahora, ya sí, lo hicieron bajo la denominación de ministrils. Ello fue posible gracias al acuerdo al que llegaron jurados el Reino con el obispo y los canónigos de la Catedral. El primero de abril de 1595, los jurados dieron cuenta a los consellers del Gran i General Consell de las conversaciones tenidas con los canónigos sobre la conveniencia de tener unos músicos ministriles para el mayor esplendor del culto, de cuyo salario pagarían a medias, jurados y canónigos: "El primer dabril de 1595 fou proposat i resolt s´introduís un joc de ministrils per tocar en les festes de la Universitat i de la Catedral".

El número de músicos que conformaba el joc de ministrils fue variando a lo largo del tiempo. Al principio fueron cinco ministriles, aunque no habían pasado cien años desde su instauración cuando su número se había reducido a dos (1667). En cambio, en el siglo XIX se incrementaron a cuatro componentes. Estos músicos tañían diferentes instrumentos de madera: xeremies, oboes, bombardas, cornamusas, flautas… siempre acompañando a los famosos y queridos Tamborers de la Sala, instituciones que siempre fueron de la mano. En las comitivas los ministrils interpretaban una tocata "all´infinito", es a decir, duraba todo el recorrido, y cuando la comitiva finalizaba el trayecto, la música dejaba de sonar de golpe. En cambio, en los actos religiosos acompañaban a los coros.

Cuando en el siglo XVIII desapareció la Universidad del Reino y el Gran i General Consell, los ministriles, como otras tantas antiguas figuras institucionales (el secretario, el maestro de ceremonias, los tamborers de la Sala, el cronista…) encontraron su lugar en el nuevo escenario institucional, y desde entonces acompañaron al batle y a los regidores a los actos que hasta entonces habían asistido los jurados y consellers.

El último cuarto del siglo XIX y primeras décadas del XX, para los ministriles fue una época convulsa, pues fueron suprimidos y reincorporados en varias ocasiones. En 1922, el Ayuntamiento de Palma quiso dar un decisivo impulso a la Fiesta del Estandarte, por lo que se volvió a reincorporar los ministriles. En época del alcalde Máximo Alomar, según tengo entendido el alcalde que más ha cuidado el protocolo, los ministriles vivieron unos años gloriosos. Pero, como no hi ha temps que no torn, en la década de los setenta volvieron a ser suprimidos. En 1991 hubo un intento de recuperación pero la operación resultó ser un chasco. Ya en el siglo XXI, fue el Consell de Mallorca, quien recuperó el joc de ministrils, dándole un importante impulso. Así hasta el día de hoy.