Todo el mundo sabe que la Semana Santa es uno de los tiempos más importantes del año litúrgico católico. Precisamente, de los oficios celebrados a lo largo del año, uno de los más solemnes es el del Jueves Santo. Ese día no hay ninguna misa, sino el oficio, que es celebrado por el rector de cada parroquia o por el obispo en la Catedral. Antoni Maria Alcover nos recordaba en un libro muy recomendable, Corema, Setmana Santa i Pasco, que tras la comunión se acaba el oficio y llevan en procesión al Santísimo mientras los fieles cantan el Pange Lingua. Éste es colocado en un cáliz que está envuelto en un velo de seda. La procesión acaba depositando la hostia santa en una urna que se conoce como ´monumento´, aunque en Palma se utiliza la denominación mallorquina de Casa Santa (en algunos pueblos se le llama la Presó del Bon Jesús) y allí queda reservada, bajo llave. Es un momento muy solemne, en que el rector, obispo o sacerdote encargado, es acompañado por los fieles que se quedan adorando a Jesús sacramentado. Antiguamente, las autoridades dejaban sus varas de mando, símbolo de autoridad, a los pies de la Casa Santa y allí las abandonaban hasta el día siguiente. Todos los fieles presentes entendían el significado de aquel gesto: la sumisión del poder temporal a Dios, "s´homenatge que s´autoritat civil deu a Déu com a principi i fi de totes les coses". También se tiene documentado que en el siglo XVI se depositaba una cruz a los pies del monumento para adorar.

Una vez colocado el Santísimo en el monumento, se deshace la procesión y se inicia la ceremonia de ´desvestir´ el altar, como símbolo y recuerdo del despojo que hicieron de las vestiduras de Jesús en lo alto del Calvario, en el momento de crucificarlo. Así acaba el oficio del Jueves Santo. De esta forma queda reservado el Santísimo en la Casa Santa o monumento, hasta el oficio del Viernes Santo.

El término ´Casa Santa´ es muy antiguo –aparece, por ejemplo, en la novela medieval de Tirant lo Blanc–. Alcover recordaba que la denominación respondía a la colocación, en el altar mayor, de una especie de casa con una gran portalada en donde se reservaba el Santísimo. A ella se subía por una amplia escalera flanqueada por una barandilla que se extendía a derecha e izquierda del presbiterio, cerrándolo junto con columnas y pilastras. También, en los lados, se colocaba la representación de los profetas en actitud dolorosa, mostrando sus profecías sobre la pasión y muerte de Jesús. La escalera aparecía repleta de cirios encendidos durante el tiempo en que Jesús sacramentado estuviese dentro del monumento. Esta puesta en escena nos retrotrae a la teatralidad pretridentina, puesta en boga en época medieval.

En la actualidad ses Cases Santes se instalan de forma más sencilla, estando así más acorde con la liturgia sagrada moderna. Suelen estar en una capilla –y no en el altar mayor– profusamente decoradas por un diluvio de luz y color, producido por multitud de velas y flores.

La Casa Santa de la Catedral es sin duda alguna –a pesar de haberse simplificado mucho la puesta en escena– la más grande y la más espectacular. Se coloca en la capilla del Corpus Christi. Como telón de fondo el retablo del mismo nombre, sin duda, uno de los mejores de la isla. Esa capilla tiene escalones, por lo que se mantiene la idea de la escalinata que conduce al altar sobre el cual descansa la Casa Santa, una impresionante urna barroca de plata. El suelo aparece todo enmoquetado de rojo. La capilla aparece repleta de flores –aunque esta costumbre, la de poner flores, es reciente, pues antes sólo se decoraba con cera groga– y decenas de cirios. Flanquean el monumento dos colosales candelabros de siete brazos de plata, obra del platero catalán Joan Matons (siglo XVIII). Según recuerda el experto liturgista Amador Ferriol, estos candelabros antes se colocaban en el altar mayor; y en la Casa Santa lo que se ponían era cirios que quemaban sobre candeleros de madera. Antiguamente, el Ayuntamiento enviaba veinticuatro antorchas blasonadas con los escudos de la ciudad, las cuales iban hincadas en unas banquetas realizadas para la ocasión.

Durante el Jueves y Viernes Santo, los fieles honran a Jesús sacramentado recorriendo las diferentes iglesias que tienen Casa Santa. Así se hacen las correspondientes visitas al Santísimo y se ganan las indulgencias concedidas. Las calles de Palma, sobre todo la parte del casco antiguo, se ven concurridas de personas que entran y salen de hacer las visitas a los monumentos. La Catedral, las parroquias y los conventos de Palma abren sus puertas de par en par para agilizar el ajetreo que provoca el entrar y salir de la gente. Estas escenas son especialmente visibles el Viernes Santo por la mañana. Familias enteras "endiumenjades" salen a la calle "per anar a fer Cases Santes". Antes se podían ver a muchos hombres que llevaban la corbata negra, como símbolo de luto por la muerte de Jesús, pero esta costumbre está en vías de desaparecer. Una que ya ha desaparecido es la de acompañar al Santísimo durante toda la noche rezando y meditando la pasión y muerte de Jesús. También desapareció aquella orden que daba el alcalde de Palma prohibiendo el tránsito rodado en la ciudad durante el tiempo en que el Santísimo estuviese dentro del monumento. En cambio, lo que sí perviven son aquellos versos que compuso en su día Llorenç Riber: "Oh violetes daurades/ florides pel Dijous Sant;/ violetes contristades,/ com és que perfumau tant? […] Oh violetes daurades,/patint olorosament/ contristades, congregades/ a devant el Monument!".