Rotunda. Tajante, sin perder la sonrisa que tanto habla de ella como consigue ocultarla. "Soy la marca de Can Marqués", recuerda Nieves Barber Pérez. "Mi vida privada no interesa", apunta quien abrió al público el primer espacio doméstico de una sucesión de familias, la casa de la calle Zanglada conocida como Can Marqués. En aquellos años, finales de los 90, apenas se daba un duro por el casco histórico. "¡Ni así lo llamaban, para que te hagas una idea! Estaba abandonado a su suerte. Confiesa, al paso de los años, que aquella casa la quería para ella y su familia –es madre de cinco hijos–. Sólo que lo que para Nieves era belleza, para sus hijos, muy pequeños, era poco menos que la imagen de "la casa del terror".

Contempla con cierto escepticismo iniciativas como la de la Fundació Palma 365 porque ella tiene muy claro que "para hacer turismo cultural es prioritario que haya dotación económica y que el objetivo sea la cultura". Barber opina que sería muy positivo que "hubiese un consejo de sabios" en entidades como éstas porque, tal y como ella misma se pregunta en voz alta, "¿qué saben de cultura los que han montado la Fundación?"

Nieves Barber conoce bien el sector aéreo. Fue azafata en Iberia desde 1976 hasta 1995. Descarta que lleguemos a volar de pie y observa los cambios en un sector y en una compañía que fue "embajadora de España".

Cuando dejó los vuelos, cuando quiso vivir en una casa de indianos en Palma y acabó montando la primera casa-museo con 700 años de historia, Nieves Barber se centró, además, en el arte contemporáneo. Coleccionista, curator y sobre todo hada madrina de muchos de los artistas más significados del ámbito local y nacional. Casi todos ellos han montado el Belén en Can Marqués.

—¿Qué hace una malagueña montando una Casa-Museo en el casco antiguo de Palma?

—Primero compré Can Marqués para ir a vivir con mi familia. Quería espacio, pero la escala de una gran casa asustó a mis hijos. Les pareció sacada de un cuento de terror. Además, al hablar con el arquitecto me di cuenta de que para vivir en ella tenía que sacrificarla y yo soy una persona que parto de la conservación. Cuando un objeto llega a mis manos me siento responsable de que tenga continuidad. Así es que también mi plan inicial para hacer un proyecto de arte contemporáneo en Can Marqués, en el que los artistas hicieran en el ámbito doméstico de una casa de su capa un sayo. Pedí una serie de estudios de viabilidad y los tres me lo desaconsejaron.

—¿Por qué?

—Todos me dijeron que era prematuro para Palma, incluso no lo veían en ninguna ciudad española. Te estoy hablando de los años 98-99. Además, no había costumbre de pagar por entrar en espacios expositivos y en España no había conciencia, aún no la hay, de que el arte contemporáneo sirva para algo. El más gráfico fue un sevillano que me dijo: "Eres mujer, forastera y desconocida". Me apeé de la idea.

—Hasta cierto punto porque Can Marqués existe.

—Sí, nació y creció como un proyecto de turismo cultural.

—¡Ah, el cajón de sastre en el que todo cabe!

—(Risas) He protestado mucho de las políticas culturales, aunque ha habido personas en uno u otro partido que lo han hecho bien, porque lo que ha primado es vender Palma. Yo me pregunto, ¿con qué dotación económica? ¿De qué hablan cuando mencionan cultura?

—¿Escéptica con la Fundació Palma 365?

—Tengo dos opiniones encontradas. Es bueno que exista con un modelo de fundación que tenga vigilancia y que deba ser transparente. La administración ha de aprender de la empresa privada pero debe seguir siendo pública y conjugar las dos facetas. Si la cultura no es el objetivo me parece un error vender una mentira. Creo que estaría bien que contasen con un consejo de sabios.

—No hay dinero para pagarlos.

—Considero que la rebaja presupuestaria en cultura es interesante porque vamos a asistir al aprendizaje de que el dinero público no es gratis. La cultura no se ha de regalar, se debe pagar.

—¿Hay sabios en Mallorca? ¿Cree que se prestarían a apoyar la Fundación?

—Sí los hay, y creo que el que es grande es generoso. Yo no soy sabia pero si lo fuera les pediría que presentaran un proyecto serio, no de fachada. No pueden llamar artista al que toca en la calle, no pueden decir que es cultura llenar de arlequines la ciudad. Conviene recordar que el turista que nos visita ya no es de zapatilla. Ya no hay proletariado en Europa. Les debemos un respeto a los turistas que nos visitan.

—¿Por qué apostó por el casco antiguo en unos años en que los mallorquines lo habían abandonado?

—¡Fíjate que ni le llamaban casco histórico! Estaba abandonado. Yo sabía que se iba a poner en valor porque es la zona donde ha estado el poder civil, eclesiástico, donde se cuenta la historia de la ciudad. En España estábamos a la cola en restauración pero Palma tienen uno de los centros históricos más importantes de Europa. Un importante antecedente fue la restauración del Puig de Sant Pere y el trabajo de Luis Alemany en la calle Pau. Para mí era inaudito que se hiciera en Canavall y en Canamunt no. Estaba todo por hacer. Cuando le dieron el premio de Rehabilitación al Puig de Sant Pere se convirtió en un lugar observado. Ya había conciencia pero faltaba este tirón.

—¿Qué tiene Can Marqués que no tenga otra casa?

—Es un ejemplo de casa de indianos que encierra más de 700 años de historia y eso es muy interesante. El primer apunte que encontramos es de 1510 y se ha encontrado un arco del siglo XIII, lo que indica que hubo una casa gótica. Han vivido muchas familias pero han mantenido el nombre porque la mayoría han sido mujeres. Han sido herencias y no compraventas.

—¿Quién fue el Marqués?

—Martín Marqués fue un agricultor de Sóller que emigró a Puerto Rico cuando la enfermedad de las naranjas. Allí montó un cafetal e hizo mucho dinero. Volvió a la isla coincidiendo con la caída de Cuba y se casó con una prima. Fue indiano y como todo burgués ilustrado ocupó un cargo de concejal en el ayuntamiento de Sóller, tuvo cargo en el Crédito Balear y tuvo cargos en el ayuntamiento de Palma.

—¿Los objetos hablan de las personas? Usted es coleccionista de arte, ¿es fetichista?

—Los objetos hablan de las personas y de la importancia de éstas según las épocas. Creo que no soy fetichista, pero no estoy segura. Estos espacios minimal me roban el corazón, es lo que yo quisiera, pero al final lo único que sé es rodearme de objetos.

—¿Los artistas de Palma tendrán que emigrar?

—Hay artistas de primerísimo nivel pero no se les ha dado la visibilidad que merecen. Si salen, se enriquecerán.

—Nacida en Málaga, criada en Portugal y como azafata, habitante del mundo. ¿Qué tal aquí?

—Me casé con un mallorquín y de mi madre aprendí que hay que respetar el lugar donde vives. Los códigos de la isla son parecidos a los portugueses. No me siento en territorio extraño.