Gracias a los antiguos escritos de los primeros cristianos, conocemos la relación de armonía y amistad que existió entre los anacoretas del desierto y los animales que allí vivían. Entre ellos quizás sea san Antonio Abad uno de los más recordados. Ya desde la antigüedad, este ermitaño fue considerado protector de los animales.

San Antonio nació en el siglo III en Egipto, en el seno de una rica familia cristiana con predecesores que habían sufrido martirio. Ya de niño demostró tener madera de santo. Huérfano a los veinte años, la hermana quedó a su cargo. Inspirado por las palabras de Jesús que escuchó durante una misa ("Si quieres ser perfecto, ve y vende todo lo que tienes y dalo a los pobres"), dispuso parte de su rica herencia en garantizar el sustento y porvenir de su hermana, y el resto se la entregó a los pobres.

Se fue a vivir al desierto, al Pispir, la región de los sepulcros, considerada por los antiguos egipcios como la morada del diablo. Durante su ascesis conoció a Pablo el simple, considerado decano de los anacoretas del desierto, a quien vio morir y enterró con la ayuda de dos leones. Según cuenta San Atanasio –discípulo suyo–, fue en el desierto que san Antonio sufrió fuertes tentaciones del demonio, a las que consiguió vencer, no sin grandes esfuerzos y desprendimientos personales, llegando a alcanzar una sólida vida de santidad. Sin duda, su relación con los animales le ayudó en su crecimiento personal –quien convive con animales sabe que, generalmente, esa relación les hace mejores personas–. Su fama de sabio asceta se propagó y atrajo fervorosos imitadores, a los que ayudó y organizó en pequeños cenobios de oración y trabajo. El escritor Joan Perucho dijo en cierta ocasión que "La vida de los Padres del desierto es una fuente perpetua de poesía, y San Antonio el demonólogo es el más grande de ellos". El 17 de enero de 356, Antonio, ya muy anciano, murió en una de las laderas, oreadas por la brisa del mar Rojo, del monte Colzim. Precisamente, esa fecha fue la elegida para su celebración. Situada a principio del invierno, quedó incardinada en un conjunto de celebraciones precristianas relacionadas con los ciclos agrícolas. Las culturas más arcaicas ya relacionaron el mes de enero con sus rituales de fecundidad, de purificación y reinicio de ciclo. Con la aparición del cristianismo algunas de ellas se convirtieron en bendiciones (Ses Beneïdes), mientras otras subsistieron más o menos igual (los bailes y cenas alrededor de las hogueras, por ejemplo). Este período, el de principios de invierno, también debe relacionarse con la relajación de algunas pautas sociales, debidas a una mayor disponibilidad del tiempo de ocio (durante el mes de enero el trabajo del campo no es tan exigente como en otras épocas del año) que se traducían en carnavales y bailes. Sin duda, estas antiguas tradiciones condicionaron la configuraron de la fiesta de San Antonio, tal como las conocemos en Balears, Cataluña y Valencia, y con ciertas similitudes en otros puntos del Mediterráneo. De inmemorial, por tanto, por San Antonio se bendicen los animales, en un contexto de fiesta carnavalesca con foguerons, y bailes, con buenos vinos y viandas.

En Palma, esta fiesta es conocida como Ses Beneïdes de Sant Antoni, y siempre se ha articulado alrededor del que fue el antiguo convento-hospital de Sant Antoni de Viana, conocido popularmente como el convento de Sant Antoniet, ubicado en la calle de Sant Miquel. Los antonianos se fundaron en el siglo XIII en Viene, en el Delfinado de Francia, primero como una cofradía y luego como orden (de ahí que a San Antonio Abad se le conozca también por el de Viana). Dicha orden se instaló en Palma no muchos años más tarde que fuese conquistada la isla por Jaime I. Actualmente se conservan la iglesia y el claustro construidos durante el siglo XVIII fruto de profunda reforma que sufrió el convento en esa época. Tanto el templo como el claustro están configurados a partir de una planta elíptica. Estos dos espacios, relacionados con la sala capitular barroca de la catedral, constituyen el ejemplo más completo construido en Palma del concepto de espacio barroco de influencia italiana. Los especialistas relacionan la arquitectura de este convento con el de San Andrea en el Quirinal de Bernini.

Durante siglos, en la fiesta de Ses Beneïdes los jinetes más jóvenes, muchos de ellos disfrazados de forma grotesca, montaban algaradas por las calles de la zona de Sant Miquel. Oficialmente la fiesta se iniciaba por la mañana con una misa en el convento. Posteriormente, un sacerdote vestido con roquete y estola salía a la calle y se situaba tras una mesita sobre la cual había un pequeño cubo con agua bendita y una bacineta para recoger las limosnas. Por la calle de Sant Miquel –de la iglesia del mismo nombre hacia el convento antoniano– acudían, uno tras otro, los caballos, mulos y asnos con las crines y colas bellamente ornamentadas con cintas de mil colores. Los équidos eran montados por los propios propietarios o por los criados. Uno a uno iban parando delante del sacerdote, el cual rezaba una breve oración en latín, luego mojaba el aspersorio en el agua bendita y les iba salpicando. Después el jinete solía depositar una limosna en la bacineta y continuaba el recorrido por la calle Sant Miquel hacia la calle Oms.

Ese espectáculo era contemplado por numeroso público lo que obligaba a los jinetes a desplazarse con cuidado para no herir a nadie. Eso pasaba a lo largo de la calle Sant Miquel, pero al llegar a la cuesta de la calle Oms el jinete la bajaba al trote para luego continuar al galope por la Rambla hasta llegar a la curva del Teatro Principal. Allí los jinetes se dispersaban. También los había que preferían bajar por la todavía más empinada cuesta de la Pols. En definitiva, Ses Beneïdes era un día en que los jóvenes "brusqués" de Palma se podían lucir encima de un caballo o un mulo, e impresionar a las jovencitas. Así se describía la fiesta en la revista La Roqueta en 1902. "…molt de jovent, montant cavalls adornats amb blocs i cabellera rissada, desfilava pels carrers de Sant Miquel, Oms i la Rambla […] despertant a ses criades i modistilles de poca volada mil temptacions, […] i no era menos, mis hombres eren els reis aquell matí".

Ese día también se rifaba un cerdo, es porc de Sant Antoni, que solía ser el ejemplar más grande de la piara del convento. El dinero ganado con la rifa iba destinado a los enfermos afectados por el foc de Sant Antoni, los cuales eran asistidos por los antonianos.

A diferencia de otros pueblos de Mallorca, en Palma no se ha celebrado tradicionalmente la verbena (revetla). Aunque en la actualidad sí se celebran en diferentes puntos del municipio, como por ejemplo Son Ferriol, en donde San Antonio es considerado el patrón del barrio.

En la actualidad, Ses Beneïdes de Sant Antoni, se siguen celebrando. Ahora, la mayoría de caballos, mulos y asnos han sido substituidos por mascotas (perros, gatos, hurones, loros…), pero el sacerdote sigue bendiciendo y salpicando con agua bendita, bajo la atenta mirada de la escultura de San Antonio Abad que preside la fachada del convento.

Hace unos días, asociaciones que se dedican a la buena labor de defender a los animales, como AnimaNaturalis o Baldea, se manifestaban junto al convento de Sant Antoni. No sé si se quisieron manifestar allí por sentirse al amparo de san Antonio. En todo caso, podría entenderse que el santo egipcio sigue intercediendo por sus amigos, los animales, tal como nos recuerdan estas gloses populars: "Sant Antoni, és un bon sant/ sempre ajuda als animals/ i el dimoni, mal dimoni!/ es passejà fent el mal. Sant Antoni és un bon sant/ i qui té un dobler li dona/perquè mos guard s’animal/ tant si és de pèl com de ploma".