El rey Carlos II murió, en 1700, sin descendencia. Su muerte ocasionó un conflicto sucesorio en los reinos hispánicos que a su vez provocó un nuevo período de conflictos internacionales que condujeron a la guerra de Sucesión. Balears, y en concreto Palma, no fue ajena a la Guerra.

Un mes antes de morir Carlos II, un sector de la corte, consiguió que el rey eligiese como sucesor al trono a Felipe de Borbón, duque de Anjou. Felipe era nieto de María Teresa de Austria, hija de Felipe IV y esposa de Luis XIV. Por supuesto, la casa de Austria no admitía a Felipe como heredero de los reinos hispánicos, pues tenían su propio candidato, un Austria, concretamente el archiduque Carlos, descendiente de otra hija de Felipe IV, Margarita Teresa y esposa del emperador Leopoldo I.

Desde Palma, en un principio, todo este escenario se observaba desde la lejanía. El 13 de noviembre de 1700 se reunió el Gran i General Consell para leer la carta de la reina viuda María Ana de Neoburgo a través de la cual informaba a los mallorquines de la muerte de Carlos II. En esa carta también se informaba que el sucesor al trono era Felipe de Borbón. En Palma no se tardó en proclamar como nuevo rey al duque de Anjou, ahora ya Felipe V. Luego, desde la capital balear, se envió una embajada a Madrid para dar el pésame por el fallecimiento del rey, al mismo tiempo que se manifestó la alegría por la proclamación del nuevo monarca. En Mallorca no tardó en conocerse la política borbónica, pues el rey nombró un nuevo virrey, Francisco de Pueyo, y un nuevo obispo de la isla, el franciscano Antonio de la Portilla. De esta manera Felipe V se aseguraba el control del poder civil y religioso de la Isla, pues ambos personajes eran adeptos a la nueva dinastía.

Mientras tanto, la mayoría de reinos europeos veían con preocupación la posibilidad de que el nuevo rey de España lo llegase a ser también de Francia, pues no era sino Luis XIV —que dominaba totalmente a su nieto Felipe— quien movía los hilos de la política española. Esta situación no tardó mucho tiempo en provocar una alianza entre Inglaterra, Austria y Holanda con el fin de proclamar, con la fuerza de las armas, al archiduque Carlos, como nuevo rey de España (Carlos III). La guerra se inició en 1702 con el ataque a la ciudad de Cádiz por parte de los aliados. Ello provocó que en Mallorca se reclutase gente —varones entre diecisiete y sesenta años— para ir a la guerra.

Cabe decir que, desde un primer momento, en Palma hubo una cierta oposición a Felipe V. Según el historiador Mateu Colom, existió, sobre todo en los ambientes populares, una declarada opinión francófoba. Pronto, a las autoridades isleñas se las identificó como a representantes de un rey francés instalado en Madrid. En definitiva, en la memoria colectiva de la gente permanecía el sentimiento de repulsa a Francia, fruto de siglos de enfrentamiento.

En 1702, el virrey Pueyo hizo encarcelar a cuatro personas acusadas de hablar mal del nuevo rey. Fue la clase marinera una de las más descontentas y por las calles de Palma aparecieron pasquines favorables a la causa de los Austria: A pesar de Portilla [el obispo] y Ametller [oidor de la Real Audiencia] reinarà Carles Tercer. Ante esta atmósfera de creciente protesta, llegaron a Palma doscientos soldados franceses que se instalaron en el castillo de San Carlos. Pero, a pesar de la llegada de estos refuerzos, durante la noche del 24 de septiembre de 1706, ardieron las almenaras situadas en las torres defensivas de las costas de Andratx, avisando de la presencia, en el horizonte de poniente, de una gran flota. Esa misma noche se reunieron el conde de Alcúdia, a la sazón virrey de Mallorca, y un grupo de la nobleza local botifler —adicta a la causa borbónica—, que poco pudieron hacer. A la mañana siguiente compareció en la bahía de Palma la escuadra aliada, compuesta por unas treinta naves, capitaneada por el almirante Leake. Éste, inmediatamente remitió unas misivas del propio rey pretendiente Carlos III en que se instaba a las autoridades insulares a librarles el reino, petición que fue denegada por el virrey.

Al día siguiente, el conde de Alcudia, el obispo y el resto de autoridades, custodiados por un grupo de nobles a caballo, se dirigieron a la Puerta del Mar, a las murallas, con la intención de poder observar la escuadra aliada y pasar revista a las medidas de defensa. Mientras se dirigía allí, la comitiva iba lanzando monedas a los curiosos que acudían al lugar. En un momento dado coincidieron las autoridades con una turbamulta de marineros armados que bajaban del Puig de Sant Pere y que se habían alzado a favor de la causa austríaca. Enseguida, el capitán de los caballeros, Gabriel de Berga y Santacília, les hizo frente, pero uno de los amotinados le disparó un trabucazo a bocajarro matándole en el acto. El atentado, no hizo sino, aumentar el pavor de las autoridades, las cuales no dudaron en retirarse de inmediato a sus casas. Los rebeldes tomaron el poder de la ciudad e inmediatamente hicieron llegar las noticias al almirante Leake. Éste, animado por la situación, ordenó realizar una serie de disparos intimidatorios que aumentaron el desconcierto y el miedo entre los habitantes de Palma. Esa misma noche, tanto el virrey como los miembros del Gran i General Consell redactaban sus condiciones de rendición.

La capitulación se firmó a bordo del Prince Jorge, el día 28 de septiembre, ante el virrey y doce representantes del Reino. Tras la capitulación vino una explosión de alegría. La ciudad se engalanó y se realizaron no pocos retratos de Carlos III de Austria que se colgaron en las fachadas de los edificios más importantes. Visca Carles III i fora botiflers i fora galls! Eran los gritos que se podían oír en aquellos días por las calles de Palma. Detrás de los grupos revoltosos que tomaron la ciudad, estaba la dirección de algunos elementos de la nobleza mallorquina y catalana, las dos unidas por fuertes vínculos familiares y patrimoniales en Mallorca. Sobre todos ellos destacó Joan Antoni de Boixadors, que ostentaba los títulos de conde de Zavellá y de Peralada, vizconde de Rocabertí… entre otros. Su familia había heredado el vínculo de la familia Pax de Bunyolí. Además estaba casado con la mallorquina Dionisia Sureda de Sant Martí. El noble catalán siempre se posicionó a favor de la causa de los Austrias. Contó con el apoyo de varias familias de la nobleza mallorquina, especialmente de los Truyols, concretamente de uno de sus miembros: Nicolau Truyols y Dameto. Fue precisamente con el triunfo austríaco en Mallorca cuando se pudo visualizar a las dos facciones nobiliarias. Entre las partidarias de Felipe V, los botiflers —botifarres—, destacaron las Casas de Despuig, Dameto, Sureda, Cotoner o Togores; mientras que en la facción de los Austrias, los maulets, destacaron las Casas de Dezcallar, Burgues-Zaforteza, Sureda de Sant Martí o, como se ha dicho, los Truyols. De todas formas, estas dos facciones, que sí estaban definidas en el sí del estamento noble, el resto de la población no lo consideró así, pues siempre tuvo la idea de que la nobleza formaba un cuerpo compacto partidario de la dinastía Borbónica. Ello explica por qué a partir de entonces se denominó popularmente botifarres a todos los miembros pertenecientes de la nobleza, incluyendo a aquellos que apoyaron a los Austrias durante la guerra.

Tras la capitulación, el conde de Zavellá fue nombrado virrey de Mallorca. Por otro lado, Nicolau Truyols viajó como embajador a Barcelona para rendir homenaje a Carlos III. El ambiente en la ciudad se fue normalizando. Iban llegando noticias de las batallas ganadas a los ejércitos borbónicos. El punto de inflexión fue en 1707, en la batalla de Almansa, momento en que Felipe V empezó a dominar la guerra. Aquí empezaron a cambiar las cosas. En 1709 llegaron muchos refugiados —maulets— de Alicante, que huían de la ciudad tras ser tomada por el comandante borbónico Asfeld. Una conspiración felipista, tramada en los salones de algunas casas de Palma, estaba a punto de estallar.